viernes, 21 de diciembre de 2007

Petiscos (2)

Ocurrió hace unos meses y me lo contó mi amiga Silvia antes de marcharse de Mozambique a su Alcoy natal. Ladrones anónimos robaron todas las bombillas de la pista del aeropuerto de Nampula. Un avión que debía aterrizar estuvo dando vueltas hasta que las autoridades consiguieron hacerse con el suficiente número de vehículos que, con las luces encendidas dibujaron el pasillo donde debía aterrizar el aparato. A grandes males grandes remedios. Tiempo después vino de visita oficial el alcalde de Alcoy para homenajear a una monja alcoyana que en las últimas inundaciones salvo a varios niños. Cuando aterrizó era de día.

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Cuando se fueron los portugueses en 1975, el Frente de Liberación de Mozambique –FRELIMO-, liderado por Samora Machel se puso manos a la obra para hacer un país nuevo. Entonces, una “contra” armada y financiada por las potencias racistas de la región, Sudáfrica y Rodhesia quiso frenar la historia que se escribía en esas fechas. Se llamaba Resistencia Nacional de Mozambique –RENAMO- e impuso una guerra larga y cruel. Pensaba en eso cuando me crucé con una pescadora que llevaba una raída camiseta recuerdo de Nicaragua que algún cooperante le regaló.
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Tomás, mi amigo hindú estaba con cara de no haber dormido esa noche. Era una cara larga, triste, ausente. “La muerte” me dijo. La muerte de uno de sus palomos que había amanecido ahogado. “¿Esa cara por un ave?”. Me miró con los ojos más tristes aún. “Uno no. ¿No sabe que cuando muere un palomo su pareja se suicida porque no puede vivir sin su amado?” “Ah, ¿y entonces, su pareja también ha muerto?” le pregunté simulando preocupación. “Ese es el problema, -me dijo con un cigarro apagado entre los dedos- que era un palomo joven y apuesto y me temo que la mitad de la granja eran novias de él”. Se encendió el cigarro, me miró y no se aguantó la risa.

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José se marchó. Le esperaba su mujer en Lisboa. Este madrileño jubilado de telefónica y de los movimientos trotskistas estaba empeñado en poner sus conocimientos de gestión al servicio de algún proyecto de cooperación “que tuviera proyección social”. Pero los caminos son estrechos, la burocracia es un filtro e ir por libre puede ser sospechoso. Después de varios meses, José regresó “de momento” a Europa cagándose en el obispo y con una maleta llena de ideas que aún no pudo desembalar.

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A las siete y media me despedí de Edna. Yo me fui de papeleos por la ciudad. A las 9 me llamó por teléfono.

- ¿Dónde estás?
- En la ciudad vieja, ¿pues?
- Creo que tengo fiebre y me duelen las articulaciones. ¿Puedes conseguirme un termómetro?

Cuando eso ocurre es bueno moverse rápido. La malaria (que abunda por esta zona) puede ser como un mera gripe si se pilla en las primeras 24 horas. O puede ser mucho peor si se deja pasar el tiempo. Pasé por una ONG médica, les pedí un termómetro y llegué a su oficina. Treinta y siete y medio no es excesivo, pero conviene prevenir. Fuimos a un puesto de salud, donde por algo más de tres euros, en media hora se tiene el resultado fiable. No era malaria. La llevé a casa. Estaba un poco molida, pero no era nada grave. La cama es uno de los mejores inventos. A las horas despertó como nueva.

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Silvia regresaba a casa después de estar un año aquí. “No os voy a volver nunca más” repetía. Así es esta vida. Besos, regalos, abrazos. Al día siguiente, a los cinco minutos de despegar y cuando el avión sobrevolaba la bahía de Pemba, una explosión en el interior de aparato llenó de humo la cabina. Pánico. Terror. ¿Un motor? ¿una bomba? No, el aire acondicionado. Vuelta al aeropuerto. Me llamó, la fui a buscar. “El susto de mi vida” repetía. Me prometió que no iba a volver a decir que no nos vamos a ver nunca más.

1 comentario:

Ana dijo...

Cada mañana me preparo el café y me siento delante del ordenador a ver qué de nuevo nos cuentas. Hace semanas que me despierto quince minutos antes para hacerlo con calma. El problema está quen que si no hay nada que leer me sobran quince minutos y me faltan de sueño. Pero cuando hay algo nuevo lo leo tantas veces que se me pasan volando y luego me faltan minutos para despertar a los niños.
Os quiero.