sábado, 29 de diciembre de 2007

Dar el Salaam

El taxi de Jamal nos esperaba a las siete y media de la mañana para llevarnos al aeropuerto. Tarjeta de embarque y a esperar. Un café horroroso fue nuestro desayuno. Pagamos las tasas. Quinientos meticais cada uno. Ya no nos quedaba moneda local. Entramos a la sala de embarque. Otro sello más al pasaporte y 60 meticais cada uno. Sólo teníamos euros. Y aquí nunca tienen troco (cambios). Un billete de diez euros quedó en manos del funcionario. Nos debería de haber dado seis de vuelta, o unos doscientos meticais. Pero nunca hay troco. ¡Qué más da! ¡Es navidad y nos vamos a Tanzania!

Eso pensábamos. Pero antes de aterrizar en Dar el Saalam el altavoz del avión hablaba de Nairobi. ¿Nairobi? ¿La capital de Kenia? Así fue. Sobrevolamos toda Tanzania y aterrizamos en Nairobi. ¿Nos habíamos equivocado de avión? ¿Se había producido un secuestro? Pregunté a la azafata. Sonriendo (es parte de su oficio) me explicó que el vuelo era Pemba-Nairobi-Dar el Salaam y que todo estaba ok. Edna y yo nos miramos y dijimos “no nos lo van a creer”. Nuestra comida de navidad fue en ese avión. ¿Saben qué? ¡Arroz con camarón! Pedro tenía razón. Cuando no lo buscas te viene.

A las tres de la tarde hora local (una más que Mozambique) aterrizamos en Dar el Salaam. Ya no había nada escrito en portugués. Las bienvenidas eran en inglés y sobre todo en swahili, “Karibu!”. El policía de migración era tan amable como un profesor de universidad de los que les gusta enseñar. Nos preguntó de donde veníamos, nos deseó Merry Chrismas, nos cobró 50 dólares a cada uno por el visado de entrada (tenía 100 dólares justos. Si no llega a ser así nos hubiera cobrado 100 euros. En la entrada al país no se andan con sutilezas cambiarias) y nos estampó otro sello al pasaporte. Uno de los mejores sitios para cambiar es el propio aeropuerto. Doscientos cincuenta euros se transformaron en 39 mil shilling. Por 20 dólares un taxista llamado Ngaga nos llevó al hotel Peackoc. Es el hotel que usa Banoa. Está en el centro. Y está bien. Un poco demasiado elegante para nuestro presupuesto, pero ¡por una vez…!

Una vez instalados salimos a la calle. Eran nuestros primeros pasos por las calles de una ciudad cuyo nombre significa “Puerto de la Paz”. Todo, excepto las mezquitas y los hoteles, estaba cerrado y se veía muy poca agitación. Era festivo. 25 de diciembre, ¡fun, fun, fun! Caminamos. La gente, sentada e las esquinas nos miraba y nos sonreía. Sobre todo los borrachos. Si nos cruzábamos con un borracho era seguro que nos daría la bienvenida con choque de manos o un abrazo. “Karibu!”. Nos perdimos entre las calles. Nos perdimos adrede, callejeando. Es un placer difícil de explicar éste de caminar por lugares en los que uno jamás ha estado. Y oler, y mirar las gentes diversas, y leer los letreros, y escuchar una mezcla sorprendente de idiomas. Caminar y perderse. Todo nuevo para nosotros y legendario a la vez. Dar el Salaam, ciudad creada a partir de un pueblo pesquero por los deseos del sultán de Zanzíbar, Said Majid a mediados del siglo XVII. Una ciudad cruce de culturas y religiones. Una ciudad con calles para perderse y para hacer cosas a escondidas.

Buchman, un makonde rastafari nos quería vender su artesanía. Le explicamos que acabábamos de aterrizar y que no teníamos dinero. Llegamos hasta la calle Dr.Sokoine y luego Kivukaine Front a orillas del Índico. Aquí estaban. Todos los habitantes de la ciudad se habían citado junto a la costa. Familias paseando, grupos de amigos, parejas. A una muchacha se le cayó una cinta del pelo. Cuando me agaché para dárselo me dio las gracias con una sonrisa sorprendida al verme tan blanco. Un ferry llevaba una muchedumbre a Kigamboni, a 600 metros, al otro lado de la bahía. Los borrachos nos seguían saludando entusiasmados. Los taxistas nos ofrecían su vehículo. Los niños nos miraban y se reían. Llegamos hasta el mercado del puerto. Junto a él, en la playa la vida se agitaba al ritmo de la venta del pescado recién capturado. Un auténtico espectáculo. La vida aquí bullía. Giramos por la calle Magagori, junto al State House. Caminábamos y al mirar los jardines a través de las rejas vimos que ahí pastaban, ajenos a todo, una manada de gacelas. Edna se excitó. “Sácales una foto”. Un sexto sentido me dijo que no. Recordé al policía que con su kalasnikov me echó de la acera junto a la que está la casa del gobernador en Pemba. Dimos unos pasos y en ese momento alguien chistó por atrás. No hice caso. Llevábamos toda la tarde siendo llamados, saludados, señalados. Volvieron a chistar. Me giré. Era un señor de mediana edad. Lo que me hizo detener y esperarle es que no iba borracho. Es decir, no venía a darme un abrazo de bienvenida. Sacó de su bolsillo una tarjeta de plástico y me la enseñó. “State Police”.

Al parecer tengo una atracción irresistible para la policía. Me pidió la documentación. Mi pecado esta vez fue estirar el cuello a través del la verja del State House. ¡La Casa Presidencial! “¡Usted no puede hacer eso. Esta es la casa del Señor Presidente!” El tipo tenía un gesto curioso. Era como que estaba a punto de sonreír, pero en lugar de hacerlo me echaba la bronca, me pedía la documentación y me amenazaba con ir a comisaría. Bien, analicemos el momento. No hacía ni dos horas que habíamos llegado a Tanzania por primera vez en la vida y ya nos encontrábamos frente a un policía que tenía ganas de buscarnos las cosquillas. Pero claro, no teníamos ninguna referencia de cómo se manejaban aquí las cosas. ¿Qué era mejor? ¿Qué funcionaba aquí en estas situaciones? ¿La sumisión, el cabreo, levantar la voz, bajar la cabeza, darle la razón, la firmeza? Estaba claro que no habíamos matado a nadie, pero el colega hablaba de ponernos una multa. “Is she your wife?” (¿Es ella su mujer?) me preguntó señalando a Edna. Ella misma respondió que sí y que acabábamos de llegar al país y que era nuestro primer paseo y que no teníamos ni idea de que hubiéramos cometido ninguna irregularidad. El tipo pareció ablandarse y después de agitarlo me devolvió el pasaporte cuando le pedí disculpas. Con el pasaporte recuperado respiré para mis adentros. Cuando comentábamos que era Chrismas day dijo de pronto (esta vez sí sonriendo) “Well, give me a Chrismas!” ¡El cabrón de él insistía en la plata! Los cojones íbamos a darle nada después del susto. Nos volvimos a dar la mano. Le pregunté su nombre. Hasta nunca Mister Benson.

Seguimos hasta la Avenida Samora. Nos detuvimos en un puesto de prensa. Todos los periódicos estaban en swahili, excepto el “Times Daily”. La portada anunciaba que las encuestas indicaban que las elecciones generales de pasado mañana 27 estaban muy reñidas y era la hora de reflexionar. Lo compramos.

Regresamos caminando.La avenida Samora estaba casi desierta. Cenamos algo en el restaurante del hotel Jambo Inn, cerca del nuestro.

Al llegar a nuestra habitación quise mirar más despacio eso de las elecciones. El vendedor me dijo que el favorito según las encuestas era el líder de la oposición. ¿Y si hubiera disturbios? ¿Si el país entraba en una espiral complicada de amarrar? No puede ser que estuviera aquí, “tanzaniando” y no estuviera informado. Me puse a leer el editorial. “…Estas navidades, tiempo de paz y de concordia, marcan también el tiempo de la reflexión pensando en el futuro de nuestro país. Todos estamos llamados a participar el próximo día 27. Todos los keniatas… ” Menos mal que no soy corresponsal de ningún medio. Las elecciones eran en dos días, sí, ¡pero en Kenia! ¡Vaya corresponsal de las narices! Edna se durmió riéndose de mí.

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