sábado, 10 de noviembre de 2007

Fetos de elefantes


Al tercer día, después de desayunar fuimos a la embajada española. Aquí estamos señores. Nos fichen, por si nos perdemos en la selva. El rey miraba desde su foto con la misma cara de aburrido de todas las embajadas. Regresamos andando (esta vez era de día). Cerca de la embajada hispana está la de los Estados Unidos. Hace unos años, los gringos decidieron cortar al tráfico la calle donde está su edificio. El alcalde de Maputo protestó, el ministerio del interior elevó una queja. Hoy la calle sigue cortada. Los Estados Unidos son los dueños del mundo y tienen que demostrarlo.

Nos pasamos el resto de la mañana cada uno en su trabajo. Edna de reuniones para colaborar en los arreglos de este trocito de África. Yo metido en Internet enfrascado en el proyecto de la Agenda de la Diversidad de MUGAK. Por cierto, si alguien está interesado que me lo diga.

A la tarde decidimos darnos un homenaje. Nueva caminata. Avenida Lenin media hora hasta Plaça da Independencia y de ahí hacia el este por la Avenida Patrice Lumumba hasta el Museo de Historia Natural. El edificio, de estilo manuelino (gótico portugués) es una delicia. Fue inaugurado en 1911. Recoge una considerable variedad de la fauna existente en Mozambique, reptiles, aves, peces. Me acordé de mis sobrinos. No por lo de fauna, sino por lo que disfrutarían al ver los monos, leones, jirafas, rinocerontes, leopardos, cocodrilos... Aunque estén disecados, causan respeto. De pronto le oí exclamar a Edna “¡Hala!”. Había encontrado la joya de la corona del museo. En ningún otro lugar del mundo se expone, como aquí, los fetos de cada uno de los 22 meses de gestación de los elefantes. Con tres mes y del tamaño de un dedo nuestro, los paquidermos tienen una forma asombrosamente parecida a lo que luego van a ser. Lo podéis ver en la foto.

Firmamos en el libro de visitas y salimos al jardín. Estaba plagado de oshgas, lo que llaman kekos en Honduras. Unas lagartijas blancas de lo más simpáticas porque además suelen merendar mosquitos. Antes de irnos a por un taxi le pedimos al guarda de la entrada si nos sacaba una foto. Lo hizo y nos habló de España y de lo bien que vamos a estar en Pemba. Al colega le había sobrado tiempo para leer en el libro lo que habíamos escrito. Nos reímos los tres. La risa en este país es contagiosa.

A la noche a rehacer las maletas. Al día siguiente saldríamos para Pemba.

Antes de salir les pedí a Benvinda y a Lorenzo que me dejaran hacerles una foto. Él, el bedel del recinto siempre estaba alegre. Ella, la organizadora de la casa de huéspedes una persona más que encantadora. Le aseguré que para la próxima hablaría mejor portugués. Con una risa feliz me dijo levantándome el dedo índice que aquí hay un refrán “Quien promete, debe”. Nos dimos un abrazo de despedida.

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