Fernando no ocultaba el vértigo que le daba estar frente a veintidós niños y niñas. Cuarenta y cuatro ojos grandes que no le quitarían la vista de encima. ¿Cómo empezar? Fernando es un percusionista francés en las formas y colombiano en el fondo que trabaja como logista en una organización no gubernamental. Fernando es mi amigo.
Ese día me invitó a ir a un encuentro con Imamo Age uno de los mejores músicos de Cabo Delgado. “Hay veintidós crianças pendientes de recibir clases de percusión. Y yo creo que usted, señor Fernando es la persona adecuada”.
Para llegar a la choza que hacía las veces de escuela de música tuvimos que perdernos entre las calles de tierra del barrio de Natite. Con Imamo Age estaba Ferro, su ayudante, entrado en alcohol. Repetía las palabras del maestro a modo de eco y estaba empeñado en dedicarme la canción “Un canto a Galicia”.
“Aquí les enseñamos solfeo, teclados, guitarra. Y también queremos hacer un estudio de grabación con sus auriculares, micrófonos y todo” Daba ternura ver a este hombre enfermo de música explicar con esa pasión proyectos tan titánicos para un barrio de caña y paja.
Sin haber aún concretado los términos de la propuesta comenzaron a tocar la canción que daba el nombre a la escuela “Dunia” y que en lengua macua quiere decir “Mundo”. Ahí estábamos, en un punto microscópico del mundo, escuchando el tema “que me lanzó a la fama en Mozambique años atrás”. Fernando agarró la darbuka que llevaba con él y les acompañó. El entusiasmo aumentó y un enjambre de niños comenzó a asomarse a esta universidad de música atraídos por la fiesta.
La segunda canción fue otro intento de Ferro de arrancarse con “Un canto a Galicia”. Entonaba casi peor que yo, pero tocaba los teclados con talento. El maestro Imamo Age terció a favor de nuestros oídos y decidió el siguiente tema. El estribillo decía “rico e pobre, branco e preto, tudo o mondo ten direito a amar e ser amado… a amar e ser amado”. El final de la melodía se mezcló con la explicación de su compositor. Nos contó que cuando terminó el servicio militar estuvo enamorado de una jovencita. La familia aspiraba a casarla con algún hombre de dinero y no con un pobre músico de Pemba como él.
A estas alturas, el público menudo había aumentado considerablemente, pero aún no se había comenzado a concretar la “aportación” de Fernando a la escuela. Ferro insistía entre tema y tema con su “Canto a Galicia”.
El tiempo nos sobrepasó y al final se quedó en que todos los viernes, de 15 a 17 horas Fernando tendría delante de él veintidós criaturas con sus cuarenta y cuatro orejas dispuestas a aprender qué es eso de la percusión y a ponerla en práctica. Nos despedimos de los niños, de maestro y de Ferro, que en la distancia seguía tratando de entonar sin conseguir su “Canto a Galicia”.
“Jodé, tío –me dijo Fernando más tarde- no sé si voy a ser capaz. Para mí es un reto” Con una cervezas “laurentinas” estuvimos hablando de la percusión y de la metodología de enseñanza. Y en la charla, entre sorbo y sorbo salieron ideas y métodos. Llovieron propuestas, sueños y transformamos las botellas de agua de cinco litros en estupendos tambores. “¿Sabes? –me dijo más tarde en un ataque de entusiasmo- creo que voy adelante con el proyecto”. Lo celebramos brindando con más cervezas y entonando entre risas etílicas “Un canto a Galicia”.
Ese día me invitó a ir a un encuentro con Imamo Age uno de los mejores músicos de Cabo Delgado. “Hay veintidós crianças pendientes de recibir clases de percusión. Y yo creo que usted, señor Fernando es la persona adecuada”.
Para llegar a la choza que hacía las veces de escuela de música tuvimos que perdernos entre las calles de tierra del barrio de Natite. Con Imamo Age estaba Ferro, su ayudante, entrado en alcohol. Repetía las palabras del maestro a modo de eco y estaba empeñado en dedicarme la canción “Un canto a Galicia”.
“Aquí les enseñamos solfeo, teclados, guitarra. Y también queremos hacer un estudio de grabación con sus auriculares, micrófonos y todo” Daba ternura ver a este hombre enfermo de música explicar con esa pasión proyectos tan titánicos para un barrio de caña y paja.
Sin haber aún concretado los términos de la propuesta comenzaron a tocar la canción que daba el nombre a la escuela “Dunia” y que en lengua macua quiere decir “Mundo”. Ahí estábamos, en un punto microscópico del mundo, escuchando el tema “que me lanzó a la fama en Mozambique años atrás”. Fernando agarró la darbuka que llevaba con él y les acompañó. El entusiasmo aumentó y un enjambre de niños comenzó a asomarse a esta universidad de música atraídos por la fiesta.
La segunda canción fue otro intento de Ferro de arrancarse con “Un canto a Galicia”. Entonaba casi peor que yo, pero tocaba los teclados con talento. El maestro Imamo Age terció a favor de nuestros oídos y decidió el siguiente tema. El estribillo decía “rico e pobre, branco e preto, tudo o mondo ten direito a amar e ser amado… a amar e ser amado”. El final de la melodía se mezcló con la explicación de su compositor. Nos contó que cuando terminó el servicio militar estuvo enamorado de una jovencita. La familia aspiraba a casarla con algún hombre de dinero y no con un pobre músico de Pemba como él.
A estas alturas, el público menudo había aumentado considerablemente, pero aún no se había comenzado a concretar la “aportación” de Fernando a la escuela. Ferro insistía entre tema y tema con su “Canto a Galicia”.
El tiempo nos sobrepasó y al final se quedó en que todos los viernes, de 15 a 17 horas Fernando tendría delante de él veintidós criaturas con sus cuarenta y cuatro orejas dispuestas a aprender qué es eso de la percusión y a ponerla en práctica. Nos despedimos de los niños, de maestro y de Ferro, que en la distancia seguía tratando de entonar sin conseguir su “Canto a Galicia”.
“Jodé, tío –me dijo Fernando más tarde- no sé si voy a ser capaz. Para mí es un reto” Con una cervezas “laurentinas” estuvimos hablando de la percusión y de la metodología de enseñanza. Y en la charla, entre sorbo y sorbo salieron ideas y métodos. Llovieron propuestas, sueños y transformamos las botellas de agua de cinco litros en estupendos tambores. “¿Sabes? –me dijo más tarde en un ataque de entusiasmo- creo que voy adelante con el proyecto”. Lo celebramos brindando con más cervezas y entonando entre risas etílicas “Un canto a Galicia”.
1 comentario:
Bueno, bueno,.... ya llego el viernes y faltan pocas horas para ver esas 22 miradas aspirando saber lo que el "Cunha" (Blanco en Macua)les estara diciendo.
Con este cuento dedicaco a Imamo Age y a un frances miedoso de dar clase de percusion, me debo, como franchute que soy, contarles como me habra ido mi primera clase.
"Gracias Karlos!!!"... es todo un placer y un honor encontrarme en tus pemsamientos y escritos. ¡Hasta la musica Siempre!
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