lunes, 30 de junio de 2008

Escribir Escalar

La última vez contaba que llovía en Maputo. Ha pasado semana y media desde entonces y más de uno me ha reclamado que siga contando cosas.

Bien, primero he de decir que aquí es invierno. Sí, estamos en el hemisferio sur, y en el África Austral, el invierno puede ser muy frío, como en Lesotho, que baja a cero grados. En Maputo no llega a tanto, pero se nota el fresco y la humedad en los huesos. Con el invierno las “opciones aventureras” disminuyen. Y la tendencia a la hibernación aumentan.

Estos días de encierro comencé ese intento de contar una historia que con perseverancia, disciplina, esfuerzo y una pizca de inspiración quizá un día sea una novela.

Pero la mayor aventura de todas sigue adelante. La tripa de Edna sigue creciendo y con ella mi asombro. Es increíble. Bien, pues con tripa y todo nos fuimos el fin de semana a Sudáfrica… ¡a escalar!

Bueno, escalaban nuestros amigos. A mí me tocó en algún momento asegurar y sacar fotografías.

El viernes nos escapamos por la frontera Ressano García con nuestro amigo italiano Alberto. Después de cuatro horas de buena carretera llegamos a Waterval. El pueblo era un monumental muermazo de sitio, donde pequeñas casas salpicaban el paisaje muy cerca de un hermoso cañón con paredes perfectas para los y las amantes de la verticalidad.

Al entrar en la casa-refugio un tipo se asomó por el balcón y dijo “¡ostia! ¿habláis español?”. Se trataba de Hugo, un asturiano que junto con Encarni, vecina nuestra de Tarifa llevaban tres meses recorriendo África del Sur. Compartimos cena con ellos y enseguida comprendí que la causa oculta de nuestro viaje de ese fin de semana era conocer a esta pareja que ya hemos incorporado a nuestra lista de amigos.

Al día siguiente se sumó Georgia a la expedición. Una sudafricana cámara de televisión, simpática y buena escaladora.

Se sufre subiendo una pared. Al parecer y por los rostros arrugados y los juramentos con los que a veces acompañan la subida, el placer espera más arriba y se aproxima con cada metro que se asciende, con cada punto de apoyo que se alcanza, con cada nuevo enganche con el que se asegura la siguiente chapa.

Mientras nuestros cuatro amigos se entretenían con los mosquetones, los pies de gato y los diferentes grados de dificultad, Edna y yo nos pegamos una caminata de horas. Atravesamos parte de la planicie, saltamos alguna valla, bajamos hasta el río esquivando pinchos y disfrutamos del paisaje llenando de oxígeno nuestros pulmones. Después de comer algo nos volvimos a poner en camino y llegamos hasta el punto de partida con un cansancio que nos ha dejado de souvenir unas agujetas bastante profesionales.

¿Se parece el hecho de la escritura a la escalada? Se suda escribiendo. A veces no se encuentra dónde apoyar un pie y las fuerzas flaquean. La roca parece adquirir vida propia rechazando la voluntad del que la abraza con la desesperación de no flaquear. Hay una cuerda que te mantiene cuerdo, como el hilo argumental. Pero a veces se enreda y pone toda la operación en peligro. No es suficiente la voluntad si se carece de técnica. Ni la musa si falta la disciplina.

El premio fue la cena que con esmero preparamos entre todos y degustamos con vino y buen humor para combatir el frío del inverno austral.

¿Sigo?



jueves, 19 de junio de 2008

Llueve

En Maputo llueve. Lo veo a través de la ventana que tengo delante. Maputo es una ciudad en la que los árboles y el hormigón de las casas se entremezclan de una forma espontánea. Algo que le da una imagen de caos. La basura sobresale de los destrozados containers. Los más pobres se encargan de rebuscar en ella algo que pueda servir. Hoy, además la ciudad está llena de charcos.

Maputo amaneció gris, triste, húmeda, sucia…

¿Debería escribir más de Mozambique es este portal? ¿Dejarme quizá de tanta opinión?

Venir de Pemba nos varió el paisaje. Incluido el humano. En estos días me ocupo de trabajar frente a la computadora, escribir en la computadora, comunicarme con las amistades lejanas a través de esta pantalla y cuidar y facilitar la vida a Edna lo mejor que sé, más ahora que lleva otra vida dentro de ella. Me queda poco tiempo para más.

Mozambique sigue siendo un país donde las cosas son a veces sencillas. Como entrar en pronta amistad con las dependientas de una tienda por aprender tres palabras en shangana. Otras, muy complicadas. Como conseguir una bombona de butano. Días atrás me pasé cuatro horas recorriendo la ciudad. El gas se vende en la calle como las verduras o los zapatos. Pero había desabastecimiento. Al día siguiente en la fábrica central lo conseguí y durante horas fui el tipo más feliz de la ciudad.

Hoy, trabajando se me ha ido esa felicidad. La noticia del día era la aprobación en Bruselas de la Directiva de la Vergüenza. ¿Debería escribir sobre Mozambique? Maputo no es Bruselas. Pero cuando llueve sus calles se mojan igual.

Por suerte hay gente como el viejo Eduardo que escribe cosas como esta: "Todos somos africanos y emigrados. Hasta los blancos, blanquísimos. Es bueno recordar ese común origen porque el racismo produce amnesia. Conviene recordar que todos somos emigrados, ahora que la emigración es un crimen castigado".

Sigue lloviendo sobe los tejados, las palmeras y la basura de Maputo. Aunque estos dos millones de ciudadanos no existan para Europa. Galeano tiene razón, el racismo produce amnesia.

lunes, 16 de junio de 2008

“Es una pena que padres y madres vayan a morir solos”

Lo ha dicho el portavoz de la Asociación ecuatoriana Rumiñahui. El gobernante prepara una nueva norma para provocar infelicidad y dolor a las personas que han cometido la desfachatez de nacer en países empobrecidos y no quedarse allá. Se va a impedir a los padres y madres de los inmigrantes que se junten con sus descendientes. Morirán solos y añorando a sus hijos e hijas queridas que tuvieron que cometer el delito de emigrar para dar de comer a sus nietos.

La migración desde Europa se ve desde el puerto de llegada. No se imagina, no se quiere imaginar el gobernante ni la sociedad, ni en un descuido de la empatía cómo fue el puerto de salida. Allá quedó la añoranza, el amor de los seres queridos, el temor por el futuro. Con el emigrante viaja la incertidumbre y el miedo. La soledad.

El gobernante solo visualiza las estadísticas frías, el número de los llegados, las cuentas que cuadran, la tendencia en votos. Las fotografías de primeros planos aterrorizados ganan premios, pero el gobernante no se detiene en cuestiones artísticas. El gobernante está lanzado en una carrera retrógrada que arremete contra los pocos derechos sociales conquistados. Planteamientos de la revolución francesa que estudiábamos en los libros de historia hoy son demasiado subversivos. ¿Crisis? ¿Aumenta el desempleo? Pues semanas de 65 horas. Sesenta y cinco horas para morir en vida. Transformar a los seres en lo menos humanos posible y lo más autómata que permita una ley que fuerzan a favor de esta nueva era medieval que atraviesa la gorda emperifollada y maloliente que es la vieja Europa.

Se ha condenado al sur a la pobreza. Se le ha torturado, se le han arrancado a los hijos para hacerlos esclavos, se le ha expoliado todo tipo de materias primas… Estamos cansados de decirlo una y otra vez…

Se ha abierto en Europa el gran concurso de la ignominia. ¿Quién es el más reaccionario? ¿Qué mente puede discurrir la ley más impúdica? Los derechos humanos recogidos en declaraciones universales son el último escollo.

¿Qué digo a la gente que aquí, en Maputo, me interroga con sus miradas?

“Es una pena que padres y madres vayan a morir solos”. Al menos ellos no morirán de vergüenza.


jueves, 12 de junio de 2008

Kanimambo

- Disculpe, ¿tienen cervezas?

En la tienda solo estábamos tres dependientas, una clienta blanca y yo.

- No, no nos quedan.

Seguí mirando la mercancía por si había algo más que necesitara.

La otra clienta pagó y comenzó a amonestar a las trabajadoras. No entendí bien lo que ocurría. Cuando la portuguesa se fue pregunté. La señora de la caja registradora me miró con timidez. Yo insistí.

- ¿Qué le pasaba a esa señora?
- Es que cuando usted preguntó si teníamos cervezas y mi compañera le dijo que no, yo le pregunté en nuestro idioma, en shangana si le había entendido bien la pregunta.
- ¿Y?
- Pues que la señora nos ha llamado la atención porque según ella es una falta de respeto hablar en un idioma que usted no entiende porque se puede ofender

No daba crédito a lo que estaba oyendo.

- ¿Y esa señora quién es para decirles a ustedes eso?

Como vieron que no coincidía con la mentalidad de la “amonestadora”, se animaron un poco más.

- Es portuguesa. Los portugueses nos conquistaron y algunos aún no entienden que ya no mandan ellos.

Yo eché mas leña al fuego.

-La próxima vez, cuando esté ella nos ponemos a hablar en shangana todos. Ustedes me hablan y yo asiento como si entendiera, ¿vale?

Las risas nerviosas de las empleadas indicaban que les gustaba la idea. Un racismo de largas raíces aún está incrustado en algunas mentes metropolitanas.

Cuando salí del establecimiento les dije la única palabra que conozco en shangana, "Kanimambo", que quiere decir gracias. Prometieron enseñarme más.

- Para que también usted pueda hablar con nosotras.



sábado, 7 de junio de 2008

Decisiones

“Decisiones, cada día. Alguien pierde, alguien gana ¡Ave María!” ...cantaba Rubén Blades.

A veces la vida es una anécdota que toma el color de la casualidad más que el de la decisión. ¿Qué hace que estemos en los lugares precisos en los momentos oportunos? ¿Qué hilo invisible nos sitúa en los sitios inadecuados en las situaciones menos acertadas? Pues entre otras cosas decisiones previas. Decisiones que desencadenan situaciones impredecibles.

Esta criaturita, cinco meses antes de nacer ya ha comenzado a participar de esa gigantesca rueda de causas, decisiones, casualidades y encuentros fortuitos. Su anuncio adelanta nuestra salida de Mozambique. Tenemos la suerte de pertenecer a esa minoría de la población mundial que puede permitirse el lujo de no sufrir más de la cuenta. La salud de la madre es primordial.

El plan era adelantar el regreso y hacerlo coincidir con mi viaje a Perú. Yo a Cuzco, tú a Euscádiz. La inflexibilidad (feo asunto y causa de muchos males) de algunos hace que Edna no pueda viajar antes del 13 de agosto. En esas circunstancias, irme yo a Perú quince días antes dejando a Edna sola en Maputo y embarazada de casi seis meses con lo que “está lloviendo” por aquí, comenzó a suponer un dolor de cabeza considerable. En ocasiones, la vida se apiada y permite ciertos márgenes para la toma de decisiones. Así que había que decidir.

Irme era ingresar un sueldo más necesario que nunca con la perspectiva del aumento del grupo de dos a tres. No irme era un ejercicio de cautela. Irme, hacerle caso a la parte más amazona de Edna. No irme participar además del día a día de esa panza que crece. Irme, mantener un trabajo fascinante. No irme y regresar juntos, lo que gritaba desde su esquina el sentido común ¿Qué hacer? ¿Qué sería lo más mozambiqueador?

La canción sigue...
“Decisiones, todo cuesta. Salgan y hagan sus apuestas, ¡Ciudadanía!”


jueves, 5 de junio de 2008

Los poderosos

Siempre me han podrido de manera especial los que restan valor a las personas. Utilizarlas como meros instrumentos. Invisibilizar no sólo los sentimientos del otro. No sólo su miedo, su súplica, su necesidad. Sino, literalmente ningunearlo. Utilizarlo como un pañuelo de papel. Usarlo y tirarlo.

Trabajé varios años en una televisión local. Ahí sus directivos se dedicaban a llenar los bolsillos y a intentar engordar su prestigio social. “Prestigio social” debe ser el Pilates para enfrentar complejos freudianos. El caso es que ahí, los que hacían el producto no sólo cobraban una propina. En una ocasión le escuché decir a un director mientras mostraba las instalaciones a una visita institucional “bueno, y con estos –dijo señalando a la plantilla detrás de un cristal- se trata de pillar el mayor número de becarios y no dejar que se suban a la parra”.

Mi indignación me sacó de ahí. Ahora veo el mundo desde más lejos de lo que lo puede ofrecer la estampa burguesita de la ñoña Donostia. Y me indigno igual.

Es tan aberrante lo que están haciendo. No quedan casi adjetivos que dedicar al apartheid global en el que están transformando este mundo.

Sería más ético que dijeran la verdad. Pero ¡qué pueden saber de ética desde esas poltronas! Sería más honrado que llamaran a las cosas por su nombre. A la crisis alimentaria, genodicio. A la Directiva Europea sobre migración que acaban de aprobar, directiva de la vergüenza. Sería mejor que no se escondieran detrás de palabras y términos que carnavalizan una realidad que no es para festejar. Decid lo que vuestros hechos demuestran. Que la gente no os importa nada.

Mientras la FAO se reúne en Roma para hablar del hambre como el que habla de la lluvia, obviar las soluciones y amordazar compromisos. Los estados europeos aprovechan para limar diferencias mediáticas sobre los distintos grados de cerrojos. El Tercer Mundo gastará este año 38.700 millones de dólares en alimentos. EEUU gastó más de 137.600 millones de dólares para alimentar la industria de matar en Irak. Por ejemplo.

Los vencedores disfrutan de una victoria circunstancial. Aquel director de aquella televisión es un hombre ahogado en la infelicidad de la insaciable necesidad de demostrar poderío. Cada “poderoso” a su escala sufre esa soledad. Es tan infeliz que necesita utilizar a los demás para girar en esa rueda eterna que no lleva a ningún lugar. Su egoísmo asesina de hambre al otro. A la mayoría.

lunes, 2 de junio de 2008

Para caminar

Siguen los días arrastrándose uno tras otro hacia el invierno del sur africano. Edna encontró un lugar para hacer ejercicio. Un gimnasio en el que dejar las tensiones. “Lo mejor que puedes hacer” le había dicho el ginecólogo de Nelspruit . Yo trato de estructurar una historia que sea el esqueleto de una novela corta. Un proyecto en el que llevo tiempo, pero que entre uno cosa y otra no consigo terminar de concretar.

Las mañanas las dedico a trabajar para Mugak en la distancia. Consiste, entre otros asuntos, en recopilar y clasificar noticias de prensa en las que aparezcan temáticas relacionadas con la migración, la xenofobia, el racismo, etc, e incorporarlas a una base de datos digital. Algo que da igual hacerlo desde Euskadi o desde Mozambique, como antes lo hice desde Uruguay. En los últimos tiempos el trabajo aumenta en la medida en que aumentan las noticias relacionadas. Nunca para bien. El endurecimiento (aún mayor) de las trabas impuestas por la Unión Europea contra los inmigrantes, su criminalización, el desastre sudafricano, el goteo de muertes en las costas africanas, canarias, andaluzas… Suelo terminar escandalizado e indignado. Y cuando veo que en Europa, las cosas que preocupan están tan alejadas de cualquier atisbo de solidaridad y empatía con la humanidad y tan centradas en su ombligo, una cierta desazón me inunda.

Por otro lado, echo una mano a una organización no gubernamental en la concreción de un proyecto encaminado a colaborar con la Unión de Campesinos de Mozambique en temas de formación. Reuniones, discusiones, contrapropuestas, presupuestos. Con ellos he recibido una visión muy interesante sobre iniciativas de soberanía alimentaria, democratización desde las bases, autogestión campesina, etc. Posiblemente sean gotas de agua en ese río globalizador que arrastra la realidad hacia mayores abismos. Hacia un aumento del hambre. Una encarecimiento mundial de los elementos básicos que empobrecerá aún más los países más empobrecidos. Pero ahí estoy y ahí debo estar. Peleando contra molinos de viento. Soñando despierto.

La mayoría de nuestros amigos siguen lejos. Y los echamos de menos. Ahora más, en la medida en que tenemos algo tan especial que compartir. Sentimos que nuestro tiempo africano se dirige hacia su recta final. A mí ya me han confirmado que el mes de agosto debo estar en Lima para llevar un grupo de Banoa. De nuevo, Perú…

Y en medio de todo esto ocurren cosas pequeñas. Diminutas anécdotas que aquí escritas recobran mayor presencia. Como lo que sucedió esa mañana. Se me habían roto unas sandalias que tenía desde hacía tres o cuatro años. Mi inercia era tirarlas a la basura e ir a comprar unas nuevas, cuando recordé que en las calles de Maputo hay personas que se ofrecen a arreglar el calzado. Sebastião, un zapatero que tenía su empresa en una de las aceras de la capital me las arreglaría por cuarenta meticais. Una hora después fui a recogerlas. Me las dejó como nuevas. Le pagué, nos dimos la mano y me fui. Mi sorpresa fue la cara de entusiasmo con la que me miraban tres mujeres vendedoras de fruta unos metros más adelante.

-¿Qué? –les pregunté

Ensancharon su sonrisa y una de ellas me dijo:

-Muy bien, señor. Sebastião es un buen zapatero. Gracias por darle trabajo.

¿Gracias por darle trabajo? Retomé el camino tras despedirme de ellas. Deseoso de repetir la experiencia, caminé repasando mentalmente mi calzado cercano a la jubilación.