martes, 15 de julio de 2008

Una escapada (y 2)

…Llevábamos algo más de una hora caminando y el paisaje seguía siendo el mismo. Pero variaba cada pocos pasos, como una metamorfosis a cámara lenta. A nuestra derecha mar, a nuestra izquierda la isla. La estábamos bordeando desde hacía casi una hora. En el extremo opuesto de donde desembarcamos decidimos detenernos a almorzar.

Nadie. No había nadie a la vista. El sol calentaba. Edna, que ya está de casi cinco meses hizo un agujero en la arena y puso encima en pareo, introdujo la tripa ahí y exclamó “¡Uf, qué ganas tenía de poderme tumbar boca abajo!”. Así fue que nuestro hijo o hija (lo sabremos este fin de semana) fue durante media hora semilla sembrada en Ilha dos Portugueses, en el Océano Índico.

Al abrir los ojos quedaba poco para las tres de la tarde. Hora en la que nos recogería la lancha de Eduardo. Aún debíamos recorrer la mitad de la isla que faltaba. Nos pusimos en marcha. Al llegar al lugar acordado no había nadie. Pronto vimos que se aproximaba “Pili”.

Les estaba viendo desde Inhaca” nos dijo Eduardo. Esto sí que es coordinación, pensé. Diez minutos después estábamos de regreso en Inhaca. Edna se horizontalizó junto a la piscina. Yo salí a dar una vuelta por la única calle de la localidad.

En toda el África Austral que he conocido existe un juguete que apasiona a los niños. En Zanzíbar, en Dar el Shalam, en todo Mozambique desde Pemba e Ilha Moçambique hasta Maputo, en los barrios de Cape Town, en Swazilandia, en todos lados juegan con él. Se trata de un vehículo de fabricación casera del que sale un largo palo terminado en forma de volante. Son artefactos sobre ruedas. No usan corriente ni ondas. No figura en ninguna Playstation. Lo hacen ellos mismos con trozos de alambre y madera. Si gira el volante a la derecha el vehículo va a la derecha, si a la izquierda, a la izquierda. Nunca jamás se le terminan las baterías y no tiene peligro de atropello. Los frenos funcionan perfectamente y no existe el "game over". Muchos lo utilizan para más que para jugar. Es un compañero de paseada. Una autoescuela parbularia. Así fue que conocí a Nelio, Cristóbal y Luis. El último de ellos llevaba una cerveza en el vehículo que le había pedido su hermano mayor. Siempre había tenido ganas de preguntarles cómo llamaban a esa maravilla de la tecnología infantil africana. “Volvo” me dijeron “se llama Volvo”. En el Stone Town de Zanzíbar di con una "fábrica de camiones” similar. “¿Cómo se llama?” pregunté a uno de los chavales señalando el juguete. “Chevrolet”, me respondió.

Un par de caipirinhas junto a un guía local me sirvió de despedida. El joven tenía dieciocho años y hacía tiempo había dejado atrás los “Volvos”. “Ahora soy guía. ¿Quiere dar un paseo en barca? Mi tío no cobra en dólares”. Le deseé buenas noches y regresé al hotel.

Al día siguiente volvimos a Maputo en el mismo avión que nos trajo. Dos días a treinta y cuatro kilómetros mar adentro de Maputo nos recargaron de energía y del indispensable buen humor, tan necesario para seguir en esta caminata.


1 comentario:

Lienzo tierra dijo...

Qué diferencia con los juguetes que existen aquí. Qué auténtico. Qué cara de felicidad tienen los crios. Cómo me hace pensar ésto en que aquí tienen de todo y quizá son menos felices.

En fin...saludos.