miércoles, 23 de julio de 2008

La tierra de los Swazis (1)

Y así, bajo el influjo de Lua nos dirigimos hacia el sur. A la frontera de Sudáfrica con un país llamado Swazilandia.

No se trataba de ningún parque de atracciones. Swazilandia es un pequeño país africano tan real como la monarquía absolutista que sufre. Del tamaño de la provincia de Zaragoza, es un Estado-nación, o quizá mejor dicho, un Estado-tribu. La tierra de los Swazis.

Entramos por la frontera este, llamada Nwenya en el lado sudafricano y Oshoek en el swazilandés. Hablábamos en inglés, aunque de vez en cuando nos salía sin querer el portugués. Son ya nueve meses en Mozambique. En el nuevo país, el último policía antes de acelerar nos interrogó “¿Qué llevan?”. “Nada”. “Bueno –nos dijo sin disimulo cuando nos dejó pasar- a ver si a la vuelta traen algo”.

Enfilamos dirección Mbabane, la capital del país. Era de noche y los carteles no eran muy visibles. Debíamos seguir adelante y dirigirnos al valle de Ezelwini por la carretera vieja que va a Manzini. Después de perdernos varias veces, al fin llegamos a nuestro destino, un lodge regentado por una pareja de pamplonicas.

Nos acogieron con una amabilidad reconfortante. El establecimiento era exactamente lo que necesitábamos. Dos habitaciones y un baño con ducha. Además, una cocina para hacernos la cena que habíamos comprado en Nelspruit. Iosu y Miren, la pareja de navarricos nos explicaron, atendieron, mimaron y alimentaron. ¿Qué más se podía pedir? Pues una clase magistral sobre las costumbres e historia de este extraño país en el que nos encontrábamos. Dicho y hecho. Era una delicia escucharles.

Llevan cinco años aquí y lo único que echan en falta son los amigos y la familia. “La gente en Europa vive estresada. Agobiada con el tiempo. La ventana de su casa da a la de la vecina de enfrente. Aquí vivimos y trabajamos al ritmo que nos marca el sol. Y las vistas como podéis ver son las que buscan los turistas cuando se van de vacaciones. Nosotros las tenemos todo el año”. Y es que el valle de Ezelwini es un paraje ciertamente hermoso. Con montañas suaves de un verde que recuerda a Asturias.

Después de cenar nos contarían muchas cosas de este hermoso paisito en el que detrás de su amabilidad se esconde un régimen tirano. Pero no hablamos de ello. No quería comprometerlos. De la situación política me encargaría yo de informarme por mi cuenta. Nuestros anfitriones nos mostraron la punta del iceberg de la cosmovisión del mundo Swazi. Complicado para nuestras mentes occidentales. Completamente diferente. Una cosmovisión llena de magia. En el que las costumbres que lo dirigen se pierden en los tiempos anteriores a la aparición del hombre blanco. Los Swazis se dividen en clanes. En origen provienen de una gran emigración que los bantús hicieron hacia el sur. Una rama se dirigió hacia lo que hoy es Mozambique. Otra marchó más al suroeste. Diferentes familias se quedaron en los valles que componen este país, otros siguieron más al sur. Eran los hijos del dios Zulu. Los zulús. Los únicos que consiguieron derrotar a los boer, aquellos holandeses que aparecieron en la región con la pistola en una mano y la Biblia en la otra.

Una de las ceremonias que tienen fama más allá de las fronteras de Swazilandia es "La Ceremonia del Junco". Algún reportaje periodístico se centran el lo más llamativo. "Miles de jóvenes vírgenes danzan semidesnudas delante del rey para que él escoja su siguiente esposa". Hay algo más que eso. ..


1 comentario:

amelche dijo...

¡Qué cosas! Unas sillas muy parecidas a esa en la que estás sentado tenemos en el chalet del campo, era de mis bisabuelos.

Un abrazo y que vaya bien todo.