miércoles, 30 de julio de 2008

Noche peligrosa

El mismo día que llegó por primera vez a Maputo, a Philippo lo asaltaron pistola en mano cuando salía de cenar con su amigo Alberto. Se quedó atónito y con un temblor que aún le duraba cuando yo lo conocí dos días después.

Era un viernes de noche fiestera. “Sal con ellos -me dijo Edna- Aún no te has pegado una farra en Maputo”. Así que nos juntamos los tres y les convencí de que era mejor sobreponerse del miedo retando a la noche. Nos fuimos a cenar a la “feria popular”. Se trataba de un simpático recinto donde se mezclan de manera desordenada restaurantes con artilugios de feria del siglo pasado. El restaurante elegido estaba cerrado, así que entramos a otro que, como todos, estaba a rebosar. Junto a nuestra mesa se celebraba un cumpleaños con más de veinte personas. En la esquina del local, dos músicos entonaban melodías de cualquier parte del mundo. El ruido era tal que debíamos gritarnos para hablar. Philippo venia de estar dos años en Tayikistán, donde había quedado su novia tayika a la espera de arreglar los papeles para venir a Mozambique. Como yo estuve dos veces en Uzbequistán, por ahí se inició la conversación, que pronto fue derivando en el mal de amores que estaba sufriendo Alberto. Para cuando nos trajeron la parte sólida de la cena llevábamos ya tres cervezas cada uno y nos habíamos recorrido un trozo importante de Asia Central y otro de los amores centrales.

El “cumpleaños feliz”, que aquí se canta “Parabens pra você” fue el preámbulo de una tarta generosa que la cumpleañera nos repartió también a nosotros. Y así arrancó el baile. Los dos músicos de la esquina no daban crédito a su éxito mientras que, juraría, la homenajeada miraba de reojo a mis amigos. Después de un brandy duplo (Alberto llevaba la voz cantante en la cuestión líquida) salimos del lugar.

El "Xima" es otro local de moda en la noche de Maputo. Hasta hace muy poco, la entrada era libre. Eso hacía que el número de personas que cabían en un metro cuadrado fuera de record gines y que los bolsillos hubiera que tenerlos vacíos de artilugios que pudiesen ser añorados. Ahora se cobran cien meticais con derecho a… ¡seis cervezas por cabeza! Ahí la confusión comenzó a aumentar. Éramos, además del trompetista, los únicos “mulungos” (blancos) del lugar. La música movía los cuerpos al ritmo de marrabenta, una especie de cumbia local. Un joven me habló en inglés. Yo le respondí en shangana y ahí comenzaron las risas en portugués. La gente aquí es tan simpática que uno a veces se pregunta qué será lo que quiere a cambio. Estefan no quería nada más echar unas risas, aunque sí le invité a una de las cervezas que a mí me sobraban. En un momento me dio un papel. No se trataba de ningún estimulante. Ahí ponía, “Eu sou Rebeca. Meu telefon é xxxx. Me da o seu numero?” “¿Y esto? –pregunté- ¿es para mí? ¿quién te lo ha dado?”. Me señaló a una de las mujeres más lindas del local. Una de esas diosas que tanto abundan en Mozambique. En ese momento estaba bailando con el trompetista blanco. Mutuamente se palpaban todos los bolsillos de una forma bastante apasionada. Justo cuando ella me miró dijo Alberto, “Vámonos al Coconut. Hay una fiesta angolana”.

Tanto Alberto como Philippo habían olvidado bastante el temor que los tenía paralizados por culpa del atraco de dos días atrás. Philippo, además de venir de Tayikistán, había estado antes en Darfur y en Angola. Una fiesta angolana era la mejor medicina para terminar de superar la parálisis.

El Coconut es la discoteca de moda. Yo hubiera preferido un local más popular, menos discotequero, pero la fiesta se anunciaba ahí. Algo que luego no era verdad. Eso es muy habitual aquí. Preguntar las razones de los cambios es del todo absurdo. Hay lo que hay. Parte de la discoteca estaba al aire libre. Se trataba de diferentes y amplios habitáculos donde cientos de cuerpos danzaban sin pudor. Y sin pudor se paseaban muchas manos por cuerpos ajenos. Mirar era un placer. Pero había que implicarse. Al poco tiempo no quedaba más remedio que bailar. Y bailar fue lo que hicimos. Rozando caderas y midiendo distancias. Hasta que a no sé que hora no sé quien de los tres recobró la cordura y propuso una retirada a tiempo. Yo era el chofer. Llevé a mis amigos a su casa y me fui a la mía. Eran las cinco de la mañana.

Al día siguiente, aún en la cama Edna me preguntó por los detalles. "Tenían razón Alberto y Philippo, le dije. La noche de Maputo es muy peligrosa". Se rió y me abrazó.



1 comentario:

AK47 dijo...

El peligro es salir contigo bandido. Que tenemos muchas ganas de verte ladrón.
(sección de coros vientos y danzas del cotolengo de trabajadores de lo audiovisual de donosti y o así)
Aitor