Y ahí seguía, con un amigo de Rosario que alucinaba por los polvos de un feticheiro mozambicano, agarrando con una mano el volante y con la otra el mate, y atravesando este país africano verde de vegetación y rojo de tierra. Llegamos hasta el cruce de Inchope. No volveríamos a estar más cerca de Zimbabwe. Dejamos Beira, la ciudad de Mia Couto a la izquierda y nos encaminamos hacia la provincia de Inhanbane. Aún me escocían las picaduras del día anterior. Paramos junto a una gasolinera a descargar la vejiga de tanto mate. Ahí, una empleada del establecimiento nos anunció que se venía con nosotros. Nico le dijo que era padre (religioso) y la mujer se quedó tan parada como yo. Entonces, ella me miró a mí. Y, ante mi levantamiento de cejas se echó a reír. El humor de la gente de este país es una de las cosas que hacen que se mantenga a flote.
Desde que salimos de Pemba decidimos hacer una fotografía cada cien kilómetros, estuviésemos donde estuviésemos. Y en esta ocasión nos tocó hacerla junto al río Save. Nos cruzamos con una caravana que se dirigía a Cabo Delgado ha realizar inspecciones mineras. Al parecer era una fundación que respondía a presupuesto saudí. Cerca de donde estábamos, un grupo dormitaba a la sombra de un árbol. De pronto todo el mundo pegó un brinco al unísono. Alguien había visto una cobra. Echaron mano a las piedras y comenzó la lapidación del reptil. Vimos que era el momento de seguir nuestra ruta.
Teníamos idea de llegar hasta Pomene, una localidad costera de la que nos habían hablado maravillas. Atardecía. Más adelante, otro animal salvaje se nos cruzó en el camino. Esta vez era una simpática tortuga sorprendentemente veloz. Foto. Seguimos. El tiempo nos acorralaba. De pronto, un bache que parecía la entrada a una mina nos anunció que la carretera volvía a perder esa categoría. La provincia estaba inundada de cocoteros. La gente seguía caminando en la orillas y había que tener los ojos muy abiertos. Además, los vehículos que venían de frente insistían en circular con las luces largas. Ya era de noche cuando dejamos a la izquierda la turística localidad de Vilankulos. La carretera se volvía cada vez más insufrible y estábamos más que cansados. No veíamos la desviación a Pomene. Los kilómetros se alargaban conforme circulábamos más lento y nuestras cervicales crujían. La noche africana era oscura. Al fin vimos el desvío, pero era el de salida. Anunciaba que por ese camino de tierra y baches tendríamos Pomene a 38 kilómetros. En la misma dirección en el que íbamos Nico conocía un camping en Maxixi, a cuarenta kilómetros. Soñábamos con llegar, ducharnos y cenar algo. La duda nos la quitó el precio más que europeo que tenía el Pomene Logde. Así que seguimos entre brincos hasta Maxixi. Llegamos y… ¡completo! Nos miramos con cara de “la hemos cagado”. Por suerte, la señora que nos atendía, maestra del suspense nos dijo un par de segundos más tarde que cerca había otro camping. Conseguimos una cabañita modesta que nos pareció el palacio del Aga Khan. Cenamos y desaparecimos entre las telarañas del sueño.
A la mañana siguiente nos despertamos sin prisa. Ya sólo nos quedaban quinientos kilómetros hasta Maputo. Última jornada. Salimos tarde, después de desayunar. Nos metimos en un desvío de arena en el que tuvimos que emplear a fondo el cuatro x cuatro para llegar al medio día a la playa de Závora. Queríamos un poco de mar después de tantos días. El lugar era hermoso, salvaje. Las olas hacían imposible el baño. Pero ahí nos tiramos a descansar un rato y a charlar de nuestras cosas. Las conversaciones con los argentinos no son aburridas nunca. A la hora regresamos a la carretera hasta que más adelante nos volvimos a desviar hasta la playa de Chongoene. De nuevo pista de tierra. Y niños y más niños que nos señalaban con el dedo y con sus ojos enormes.
Había pasado el medio día cuando nos dirigimos hacia Xai-Xai. Los vendedores de cocos extendían su oferta. Vimos que uno de ellos había tecnificado su tarea. Había construido un muñeco que hacía el trabajo mientras él descansaba placidamente a la sombra. Por suerte habían pasado otros cien kilómetros y tocaba foto. ¡Clic!
Nos detuvimos en Xai-Xai. Eran las cuatro y media de la tarde y teníamos hambre. Nos metimos algo al cuerpo. Llenamos una vez más el tanque de combustible con el método garrafa de 20 litros y tomamos dirección Maputo con la noche ya encima. En el camino hablamos del Frelimo y de Shamora Machel, del amor y de su misterio, de África y de nuestras vidas. De los amigos comunes. Del futuro próximo.
Horas después llegábamos a los suburbios de Maputo y nos perdimos. Dos mil quinientos kilómetros después de salir de Pemba nos perdimos en la periferia caótica y sucia de esta ciudad africana. Recibí un mensaje de Edna. Me esperaba ansiosa.
Reconocimos una calle y minutos más tarde llegamos al hotel Mozaica. Un abrazo ¡misión cumplida, che! Edna salió a recibirnos. Más abrazos. Llegamos felices y cansados. Con muchas imágenes en nuestras retinas, y convencidos de que Mozambique es un país hermoso y que sus gentes lo hacen más hermoso aún.
Desde que salimos de Pemba decidimos hacer una fotografía cada cien kilómetros, estuviésemos donde estuviésemos. Y en esta ocasión nos tocó hacerla junto al río Save. Nos cruzamos con una caravana que se dirigía a Cabo Delgado ha realizar inspecciones mineras. Al parecer era una fundación que respondía a presupuesto saudí. Cerca de donde estábamos, un grupo dormitaba a la sombra de un árbol. De pronto todo el mundo pegó un brinco al unísono. Alguien había visto una cobra. Echaron mano a las piedras y comenzó la lapidación del reptil. Vimos que era el momento de seguir nuestra ruta.
Teníamos idea de llegar hasta Pomene, una localidad costera de la que nos habían hablado maravillas. Atardecía. Más adelante, otro animal salvaje se nos cruzó en el camino. Esta vez era una simpática tortuga sorprendentemente veloz. Foto. Seguimos. El tiempo nos acorralaba. De pronto, un bache que parecía la entrada a una mina nos anunció que la carretera volvía a perder esa categoría. La provincia estaba inundada de cocoteros. La gente seguía caminando en la orillas y había que tener los ojos muy abiertos. Además, los vehículos que venían de frente insistían en circular con las luces largas. Ya era de noche cuando dejamos a la izquierda la turística localidad de Vilankulos. La carretera se volvía cada vez más insufrible y estábamos más que cansados. No veíamos la desviación a Pomene. Los kilómetros se alargaban conforme circulábamos más lento y nuestras cervicales crujían. La noche africana era oscura. Al fin vimos el desvío, pero era el de salida. Anunciaba que por ese camino de tierra y baches tendríamos Pomene a 38 kilómetros. En la misma dirección en el que íbamos Nico conocía un camping en Maxixi, a cuarenta kilómetros. Soñábamos con llegar, ducharnos y cenar algo. La duda nos la quitó el precio más que europeo que tenía el Pomene Logde. Así que seguimos entre brincos hasta Maxixi. Llegamos y… ¡completo! Nos miramos con cara de “la hemos cagado”. Por suerte, la señora que nos atendía, maestra del suspense nos dijo un par de segundos más tarde que cerca había otro camping. Conseguimos una cabañita modesta que nos pareció el palacio del Aga Khan. Cenamos y desaparecimos entre las telarañas del sueño.
A la mañana siguiente nos despertamos sin prisa. Ya sólo nos quedaban quinientos kilómetros hasta Maputo. Última jornada. Salimos tarde, después de desayunar. Nos metimos en un desvío de arena en el que tuvimos que emplear a fondo el cuatro x cuatro para llegar al medio día a la playa de Závora. Queríamos un poco de mar después de tantos días. El lugar era hermoso, salvaje. Las olas hacían imposible el baño. Pero ahí nos tiramos a descansar un rato y a charlar de nuestras cosas. Las conversaciones con los argentinos no son aburridas nunca. A la hora regresamos a la carretera hasta que más adelante nos volvimos a desviar hasta la playa de Chongoene. De nuevo pista de tierra. Y niños y más niños que nos señalaban con el dedo y con sus ojos enormes.
Había pasado el medio día cuando nos dirigimos hacia Xai-Xai. Los vendedores de cocos extendían su oferta. Vimos que uno de ellos había tecnificado su tarea. Había construido un muñeco que hacía el trabajo mientras él descansaba placidamente a la sombra. Por suerte habían pasado otros cien kilómetros y tocaba foto. ¡Clic!
Nos detuvimos en Xai-Xai. Eran las cuatro y media de la tarde y teníamos hambre. Nos metimos algo al cuerpo. Llenamos una vez más el tanque de combustible con el método garrafa de 20 litros y tomamos dirección Maputo con la noche ya encima. En el camino hablamos del Frelimo y de Shamora Machel, del amor y de su misterio, de África y de nuestras vidas. De los amigos comunes. Del futuro próximo.
Horas después llegábamos a los suburbios de Maputo y nos perdimos. Dos mil quinientos kilómetros después de salir de Pemba nos perdimos en la periferia caótica y sucia de esta ciudad africana. Recibí un mensaje de Edna. Me esperaba ansiosa.
Reconocimos una calle y minutos más tarde llegamos al hotel Mozaica. Un abrazo ¡misión cumplida, che! Edna salió a recibirnos. Más abrazos. Llegamos felices y cansados. Con muchas imágenes en nuestras retinas, y convencidos de que Mozambique es un país hermoso y que sus gentes lo hacen más hermoso aún.
1 comentario:
Hola carlos!! te encuentre por casualidad!me alegro tanto por ti, despues de echar una ojeada por tu diario, jeje! e despues felicitarte por esta inesperada feliz noticia de tu paternidad, desde luego, como es la vida,parece ironia, que se tienen que irse unos para que vengan otros, parece hacer parte de la matematica vital del universo, enfin... tengo muchas ganas de darte un abraço, todavia no te he visto desde que paso todo esa tragedia,todavia tratamos de superar esta perdida,pero encontrarte aqui, me hizo ahora mismo un nudo en la garganta y no pude resistir en escribirte estas palabras.quiero que sepas que la "familia trap" te quiere mucho y te deseamos todo lo lindo. muchos beihjos e abrazos para ti e la futura mama. ilzanete
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