Quisiera escribir que África es el continente del futuro. Quisiera convencer de que en África los niños y las niñas tienen las sonrisas más hermosas del mundo. Quisiera gritar desde aquí, que las mujeres tienen tanta fuerza que llevan toda la casa sobre sus cabezas. Y que, este continente, es un arco iris de color. Y que inventó el ritmo. Y que el sol, complacido, viene aquí a descansar antes de irse hasta el día siguiente.
¿Pero cómo hacerlo sin recordar el pasado que condena ese futuro? ¿Cómo hablar de las criaturas si sólo quedan las que sobrevivieron? ¿Cómo, sin que la imagen de la mujer vaya encadenada a los tópicos? ¿Sin que ese arco iris se vea sobre un horizonte de sangre? ¿Cómo escribir de África más allá de los ritmos y de un sol ardiente?
Pues no es imposible. África es su gente. Son los datos estadísticos, pero también mi amigo Yuma y la señora Vina. Y la joven Sheila, que quiere estudiar y no puede. Y cada uno de los viejos, que en silencio recuerdan recuerdos contados por sus abuelos.
África es un continente compuesto por cincuenta y cuatro países con cientos de etnias e idiomas. África, dicen, es un destino turístico exótico para ir a visitar desde hoteles de cinco estrellas, pero peligroso si se acerca a los barrios de las ciudades europeas.
África se ve en la televisión de pantalla de plasma. Y se rechaza en las aduanas de esa Europa fortaleza de la Directiva de la vergüenza. Se dan donaciones a oenegés para expiar conciencias incómodas. Y para que se queden donde están. Políticas de desarrollo ligadas a intereses de empresas privadas no ponen las bases para solucionar genocidios disfrazados de pobreza histórica.
África contagia vida y energía. Pero también muestra el lado más aterrador. ¿Hay culpables de tanto espanto? Sin duda. Comenzando por los esclavistas europeos, la historia de sumisión y el látigo y terminando con una corrupción instalada en salones y avalada por poderosos intereses económicos. Pero la insistencia que estas gentes tienen por levantarse y seguir caminando es mágica. Tantas veces como han muerto, han vuelto a nacer.
África necesitaría que la dejásemos en paz y que la hiciéramos caso. Que dejen de venir industrias farmacéuticas y empresas armamentísticas. Que las políticas de desarrollo estén gestionadas por sus mentes lúcidas y por las necesidades reales de la población sufriente. Y no por despachos desconocedores y lejanos. Que la caridad de paso a la justicia social.
Pero todo esto va en contra de ese tanque de biodiesel, que se llena con el alimento de una familia africana de un año entero. Y va contra una estructura económica que invisibiliza este continente en lo referente al reparto justo. Y va contra ese monocultivo impuesto para beneficios macros de sectores micros pero poderosos. Va contra los que todo tienen y quieren más.
Aquí, en Mozambique, uno de los países más mimados por los proyectos de desarrollo, el setenta por ciento de la población vive en el campo y sobrevive con lo que la tierra le da. La mínima variación desequilibra esa frágil subsistencia. El país tiene abiertas sus puertas a todo lo que venga de fuera.
Una de las industrias más novedosas es la del turismo de lujo. Se construyen hoteles de más de doscientos dólares la noche. Se buscan fórmulas para privatizar islas y paraísos en el norte del país. Se desplaza a la población local. Se colocan alambradas. Y la vida sigue.
Mozambique es un país modélico para la aplicaciones de los planes estructurales del FMI y el Banco Mundial. Se trata de conseguir un Estado anoréxico a cambio del crecimiento de las grandes empresas privadas que, ellas sí, no saben de fronteras. Eso ha hecho, por ejemplo que la atención veterinaria a los animales de granja de los pequeños ganaderos desaparezca con la privatización, y con ello, lo pequeños ganaderos.
La joven Sheila acabó la enseñanza elemental. Antes podía seguir estudiando hasta la Universidad. Ahora no. "Es que soy pobre. Los pobres no podemos estudiar. Es demasiado caro".
¿Un país modélico? Un país que se suma al acto simbólico del Día Mundial de África. Pero África sólo podrá ser el continente del futuro si la joven Sheila puede seguir estudiando. Entonces sí podremos celebrar días de África. Y no el de sus restos. Entonces sí serán sus sonrisas las más hermosas del mundo.
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