A veces la vida es una anécdota que toma el color de la casualidad más que el de la decisión. ¿Qué hace que estemos en los lugares precisos en los momentos oportunos? ¿Qué hilo invisible nos sitúa en los sitios inadecuados en las situaciones menos acertadas? Pues entre otras cosas decisiones previas. Decisiones que desencadenan situaciones impredecibles.
Esta criaturita, cinco meses antes de nacer ya ha comenzado a participar de esa gigantesca rueda de causas, decisiones, casualidades y encuentros fortuitos. Su anuncio adelanta nuestra salida de Mozambique. Tenemos la suerte de pertenecer a esa minoría de la población mundial que puede permitirse el lujo de no sufrir más de la cuenta. La salud de la madre es primordial.
El plan era adelantar el regreso y hacerlo coincidir con mi viaje a Perú. Yo a Cuzco, tú a Euscádiz. La inflexibilidad (feo asunto y causa de muchos males) de algunos hace que Edna no pueda viajar antes del 13 de agosto. En esas circunstancias, irme yo a Perú quince días antes dejando a Edna sola en Maputo y embarazada de casi seis meses con lo que “está lloviendo” por aquí, comenzó a suponer un dolor de cabeza considerable. En ocasiones, la vida se apiada y permite ciertos márgenes para la toma de decisiones. Así que había que decidir.
Irme era ingresar un sueldo más necesario que nunca con la perspectiva del aumento del grupo de dos a tres. No irme era un ejercicio de cautela. Irme, hacerle caso a la parte más amazona de Edna. No irme participar además del día a día de esa panza que crece. Irme, mantener un trabajo fascinante. No irme y regresar juntos, lo que gritaba desde su esquina el sentido común ¿Qué hacer? ¿Qué sería lo más mozambiqueador?
La canción sigue...
“Decisiones, todo cuesta. Salgan y hagan sus apuestas, ¡Ciudadanía!”
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