Las últimas cuatro horas del viaje las condujimos con la única luz de los focos y tratando de esquivar las trincheras que había en la ruta. Además, debíamos llevar los cuatro ojos bien abiertos para no chocar contra nada ni contra nadie. Eso sí, una música especialmente seleccionada para el caso (Mónica Navarro, Chambao, Tiken jah Fakoly, Makako, Alpha Blondy…) acompañó el ritmo de los amortiguadores.
Con las cervicales algo castigadas llegamos a Nampula a las diez de la noche. Nos esperaba Mahari en su casa con la cena hecha. Mahari es arquitecto, rastafari, eritreo y bastantes cosas más. Pero ante todo es una persona exquisitamente hospitalaria y de movimientos tan dulces que enamora. Después de cenar, y a pesar de nuestros bostezos de agotamiento, Mahari no tuvo compasión y nos llevó al “mp3”, un local que está de moda en Nampula y que es bastante… ¿cómo diríamos? ¡hortera! Mientras, él se fue a una reunión de trabajo (¡a esas horas!). Mahari es un apasionado hasta la obsesión de la arquitectura. Nos dijo que en cuarenta y cinco minutos regresaría. Ahí nos quedamos Nico y yo preguntándonos qué coño hacíamos en ese lugar cuando eran las doce, nos teníamos que levantar a las cinco de la mañana y estábamos hechos puré. Mahari regresó puntual. Dos gintonics más tarde conseguimos ir a dormir.
A las cinco y cuarto sonó el despertador. Abrí los ojos sin saber dónde estaba. Preparamos el mate y salimos. Nuestro amigo rastafari dormía. Llenamos el depósito y dos galones de 20 litros. De nuevo en la carretera más dormidos que despiertos. Seguíamos hacia el suroeste. A nuestro madrugón todo estaba ya en marcha. Los mercados abrían y la carretera de nuevo era un río de gente. Horas de baches nos fueron despertando hasta que llegamos a Alto Linganha, donde la pista se transformó en una carretera perfectamente pavimentada, con sus líneas bien dibujadas y las áreas de seguridad. Pero eso sí, seguía igual el desfile de gente, de hombres, de mujeres con sus bultos, de niños que cargaban a niños más pequeños….. Setenta kilómetros más adelante, en Alto Molécué retornamos al camino de socavones y botes.
A la una y media de la tarde llegamos a Mocuba. Ahí teníamos un camino a la izquierda, hasta Quelimane y otro a la derecha hasta el paso del río Zambeze. Debíamos tomar una decisión. El camino de la derecha suponía doscientos castigadores kilómetros hasta el paso del río, donde deberíamos subir el vehículo a un “batelao”, cruzar el Zambeze y seguir ruta hasta el Gorongosa o quedarnos en Caia, en un hotel de bungalows llamado Catapún. El de la izquierda nos llevaba a Quelimane, pueblo costero que quedaba a cien kilómetros pero que al día siguiente deberíamos desandar hasta el mismo cruce donde estábamos. A la derecha corríamos el riesgo de llegar demasiado tarde, cuando el batelao dejara de funcionar (17h.), o que la fila para embarcar fuera demasiado larga, con lo que deberíamos dormir en el coche, a este lado del mayor río de Mozambique. A Quelimane llegaríamos demasiado pronto (la carretera era estupenda) pero al día siguiente tendríamos cien kilómetros de más.
Llamamos a Amor, que tenía su base de operaciones en toda esa zona. Estaba camino de Caia a Quelimane, con lo que si íbamos al río nos la cruzábamos. Esa fue la señal que buscábamos. Tiramos hacia la derecha alertas a un vehículo con una rubia al volante.
Con las cervicales algo castigadas llegamos a Nampula a las diez de la noche. Nos esperaba Mahari en su casa con la cena hecha. Mahari es arquitecto, rastafari, eritreo y bastantes cosas más. Pero ante todo es una persona exquisitamente hospitalaria y de movimientos tan dulces que enamora. Después de cenar, y a pesar de nuestros bostezos de agotamiento, Mahari no tuvo compasión y nos llevó al “mp3”, un local que está de moda en Nampula y que es bastante… ¿cómo diríamos? ¡hortera! Mientras, él se fue a una reunión de trabajo (¡a esas horas!). Mahari es un apasionado hasta la obsesión de la arquitectura. Nos dijo que en cuarenta y cinco minutos regresaría. Ahí nos quedamos Nico y yo preguntándonos qué coño hacíamos en ese lugar cuando eran las doce, nos teníamos que levantar a las cinco de la mañana y estábamos hechos puré. Mahari regresó puntual. Dos gintonics más tarde conseguimos ir a dormir.
A las cinco y cuarto sonó el despertador. Abrí los ojos sin saber dónde estaba. Preparamos el mate y salimos. Nuestro amigo rastafari dormía. Llenamos el depósito y dos galones de 20 litros. De nuevo en la carretera más dormidos que despiertos. Seguíamos hacia el suroeste. A nuestro madrugón todo estaba ya en marcha. Los mercados abrían y la carretera de nuevo era un río de gente. Horas de baches nos fueron despertando hasta que llegamos a Alto Linganha, donde la pista se transformó en una carretera perfectamente pavimentada, con sus líneas bien dibujadas y las áreas de seguridad. Pero eso sí, seguía igual el desfile de gente, de hombres, de mujeres con sus bultos, de niños que cargaban a niños más pequeños….. Setenta kilómetros más adelante, en Alto Molécué retornamos al camino de socavones y botes.
A la una y media de la tarde llegamos a Mocuba. Ahí teníamos un camino a la izquierda, hasta Quelimane y otro a la derecha hasta el paso del río Zambeze. Debíamos tomar una decisión. El camino de la derecha suponía doscientos castigadores kilómetros hasta el paso del río, donde deberíamos subir el vehículo a un “batelao”, cruzar el Zambeze y seguir ruta hasta el Gorongosa o quedarnos en Caia, en un hotel de bungalows llamado Catapún. El de la izquierda nos llevaba a Quelimane, pueblo costero que quedaba a cien kilómetros pero que al día siguiente deberíamos desandar hasta el mismo cruce donde estábamos. A la derecha corríamos el riesgo de llegar demasiado tarde, cuando el batelao dejara de funcionar (17h.), o que la fila para embarcar fuera demasiado larga, con lo que deberíamos dormir en el coche, a este lado del mayor río de Mozambique. A Quelimane llegaríamos demasiado pronto (la carretera era estupenda) pero al día siguiente tendríamos cien kilómetros de más.
Llamamos a Amor, que tenía su base de operaciones en toda esa zona. Estaba camino de Caia a Quelimane, con lo que si íbamos al río nos la cruzábamos. Esa fue la señal que buscábamos. Tiramos hacia la derecha alertas a un vehículo con una rubia al volante.
2 comentarios:
Qué maravilla! Qué sitios por los que estais pasando! Y qué gentes!
Casi, casi, tengo envidia de poder estar ahí viendo todo eso.
Yo pensaba que desde que saliáis de Pemba hasta Maputo no oiríamos noticias tuyas puesto que ibáis a atravesar zonas medio selváticas y con pocas posibilidades de conectarse a internet, cómo lo haces?
Cuidaros mucho y sigue enviando el diario de tus 2.500 km de viaje cruzando Mozambique de Norte a Sur.
Muchos besos. Nekane
karlos!! ese mate que no falte!!!!
muxu
maiderkoro
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