martes, 27 de mayo de 2008

Lo más espectacular

Hicimos dos horas y media de carretera para ir a verte. Estábamos un poco nerviosos, pero felices de que al fin tuviéramos noticias tuyas. Cruzamos la frontera de Mozambique con Sudáfrica. Ese mismo día la oficina de la Agencia de Cooperación Española había recomendado no ir, ya que había una explosión de xenofobia contra todos los extranjeros pobres, y estaban apedreando los coches con matrícula mozambicana. Esto lo supimos al regresar el domingo a Maputo. De todas formas, hubiéramos ido igual. Saber que contigo todo iba bien era lo más importante para nosotros.

La situación social realmente estaba muy grave, pero para cuando tú leas esto otras muchas cosas habrán sucedido en este mundo cruel y hermoso. Nuevas amenazas, nuevas conquistas de espacios de felicidad, revoluciones y contrarrevoluciones, luchas, hambre, injusticias. Y conocerás otras personas que entregarán su energía para poder alcanzar un mundo más habitable, menos inhumano, más justo… Es la historia eterna. Nadie se libra de ella. Tampoco tú te librarás. Es más. No te quedará otra que participar en la construcción de ese presente que ahora desde aquí es un futuro que yo apenas consigo imaginar.

Después nos fuimos a un lugar absolutamente espectacular. Un espacio natural que era como pudo haber sido la tierra milenios atrás. No se veía ningún cable eléctrico, ninguna construcción hecha por el ser humano. Y ante nuestros ojos atónitos se paseaban elefantes gigantescos, jirafas bellísimas, impalas frágiles y rápidos… Estábamos en un sitio llamado Kruger, un Parque Nacional donde los animales salvajes campaban a sus anchas. Una manada de rinocerontes se asustó y amenazó con envestirnos. Junto a un río vimos cómo un enorme cocodrilo de más de cuatro metros salía a la orilla, mientras quieto como una roca, un hipopótamo con su cría apenas bostezaba. Nos miramos fijamente a los ojos con los antílopes. Las cebras se paseaban con sus pijamas junto a los ñus. Un águila sobrevolaba nuestras cabezas. A lo lejos un leopardo. Monos baboom. Entre la maleza dos chacales. Y de pronto frente a nosotros, a escasos metros, una manada de leones jóvenes reposaba tumbado al sol de la tarde de la savana. Estábamos impactados, impresionados, felices de poder ser testigos de tanta belleza.

Y ¿sabes? Sin embargo no se nos quitaba de la cabeza la escena más espectacular de todas las que vimos ese fin de semana. La más impactante. La que más nos emocionó. La ecografía que nos permitió ver esos seis centímetros de criatura que ya pataleaba con energía y escuchar ese latido de corazón rápido y fuerte. Un corazón que crecerá. Al salir de la consulta, tu mamá y yo nos abrazamos.


domingo, 25 de mayo de 2008

Día Mundial de lo que queda de África

Veinticinco de mayo, “Día Mundial de África”. Con esa excusa, desde un periódico catalán me pidieron una colaboración. Escribí esto:

Quisiera escribir que África es el continente del futuro. Quisiera convencer de que en África los niños y las niñas tienen las sonrisas más hermosas del mundo. Quisiera gritar desde aquí, que las mujeres tienen tanta fuerza que llevan toda la casa sobre sus cabezas. Y que, este continente, es un arco iris de color. Y que inventó el ritmo. Y que el sol, complacido, viene aquí a descansar antes de irse hasta el día siguiente.

¿Pero cómo hacerlo sin recordar el pasado que condena ese futuro? ¿Cómo hablar de las criaturas si sólo quedan las que sobrevivieron? ¿Cómo, sin que la imagen de la mujer vaya encadenada a los tópicos? ¿Sin que ese arco iris se vea sobre un horizonte de sangre? ¿Cómo escribir de África más allá de los ritmos y de un sol ardiente?

Pues no es imposible. África es su gente. Son los datos estadísticos, pero también mi amigo Yuma y la señora Vina. Y la joven Sheila, que quiere estudiar y no puede. Y cada uno de los viejos, que en silencio recuerdan recuerdos contados por sus abuelos.


África es un continente compuesto por cincuenta y cuatro países con cientos de etnias e idiomas. África, dicen, es un destino turístico exótico para ir a visitar desde hoteles de cinco estrellas, pero peligroso si se acerca a los barrios de las ciudades europeas.


África se ve en la televisión de pantalla de plasma. Y se rechaza en las aduanas de esa Europa fortaleza de la Directiva de la vergüenza. Se dan donaciones a oenegés para expiar conciencias incómodas. Y para que se queden donde están. Políticas de desarrollo ligadas a intereses de empresas privadas no ponen las bases para solucionar genocidios disfrazados de pobreza histórica.


África contagia vida y energía. Pero también muestra el lado más aterrador. ¿Hay culpables de tanto espanto? Sin duda. Comenzando por los esclavistas europeos, la historia de sumisión y el látigo y terminando con una corrupción instalada en salones y avalada por poderosos intereses económicos. Pero la insistencia que estas gentes tienen por levantarse y seguir caminando es mágica. Tantas veces como han muerto, han vuelto a nacer.


África necesitaría que la dejásemos en paz y que la hiciéramos caso. Que dejen de venir industrias farmacéuticas y empresas armamentísticas. Que las políticas de desarrollo estén gestionadas por sus mentes lúcidas y por las necesidades reales de la población sufriente. Y no por despachos desconocedores y lejanos. Que la caridad de paso a la justicia social.


Pero todo esto va en contra de ese tanque de biodiesel, que se llena con el alimento de una familia africana de un año entero. Y va contra una estructura económica que invisibiliza este continente en lo referente al reparto justo. Y va contra ese monocultivo impuesto para beneficios macros de sectores micros pero poderosos. Va contra los que todo tienen y quieren más.


Aquí, en Mozambique, uno de los países más mimados por los proyectos de desarrollo, el setenta por ciento de la población vive en el campo y sobrevive con lo que la tierra le da. La mínima variación desequilibra esa frágil subsistencia. El país tiene abiertas sus puertas a todo lo que venga de fuera.


Una de las industrias más novedosas es la del turismo de lujo. Se construyen hoteles de más de doscientos dólares la noche. Se buscan fórmulas para privatizar islas y paraísos en el norte del país. Se desplaza a la población local. Se colocan alambradas. Y la vida sigue.


Mozambique es un país modélico para la aplicaciones de los planes estructurales del FMI y el Banco Mundial. Se trata de conseguir un Estado anoréxico a cambio del crecimiento de las grandes empresas privadas que, ellas sí, no saben de fronteras. Eso ha hecho, por ejemplo que la atención veterinaria a los animales de granja de los pequeños ganaderos desaparezca con la privatización, y con ello, lo pequeños ganaderos.


La joven Sheila acabó la enseñanza elemental. Antes podía seguir estudiando hasta la Universidad. Ahora no. "Es que soy pobre. Los pobres no podemos estudiar. Es demasiado caro".


¿Un país modélico? Un país que se suma al acto simbólico del Día Mundial de África. Pero África sólo podrá ser el continente del futuro si la joven Sheila puede seguir estudiando. Entonces sí podremos celebrar días de África. Y no el de sus restos. Entonces sí serán sus sonrisas las más hermosas del mundo.



miércoles, 21 de mayo de 2008

Culpar al otro

Sudáfrica, símbolo mundial en la lucha contra la discriminación racial sufre un peligroso estallido de xenofobia y violencia. Así, más o menos se destaca en los medios de comunicación. Las imágenes de las agresiones son espectaculares por su crueldad. Negros contra negros al grito de fuera inmigrantes. Algo que parece más propio de la Italia de Berlusconi. ¿Pero qué hay más allá de estos titulares?

Efectivamente, años atrás la lucha contra el apartheid consiguió demoler uno de los regímenes más injustos del mundo. Es bien sabido. Y el dirigente del Congreso Nacional Africano ANC, Nelson Mandela, se transformó en icono viviente contra las cadenas de la segregación. En esa lucha, el ANC contó con la solidaridad activa de sus vecinos. Esos que ahora son víctimas de un odio irracional por parte de algunos sectores pobres de las periferias de Johannesburgo. El mismo arzobispo Desmond Tutu ha declarado indignado “no podemos pagarles matando a sus hijos”.

Son otros tiempos, y atrás queda la mística libertaria y el panafricanismo militante. Ahora la supervivencia ocupa la mayoría de las energías. Sudáfrica vivió una transición ejemplar en algunos aspectos, como el de un proceso de paz donde las víctimas tuvieron un papel predominante. Y a pesar de que muchos culpables no fueron debidamente castigados, se consiguió poner en marcha un proceso ejemplificador para otras situaciones de conflicto, incluso más allá del continente.

Formalmente, se terminó con más de cincuenta años de un régimen que negaba con toda la violencia los derechos más elementales a la mayoría de su población. “Las cosas no están bien, pero al menos ahora podemos ir a cualquier sitio. Y estamos en igualdad de oportunidades con los blancos” me dijo John, un joven taxista que me llevaba por las calles de Cape Town. Fue tan brutal, tan criminal aquel régimen que cualquier avance en la dirección de respetar los derechos humanos, era y es considerado una conquista gigantesca. Otros cambios no fueron tan exitosos.

La pobreza, la marginación en servicios públicos, en abastecimiento de servicios básicos, la inseguridad de los barrios más castigados con un desempleo oficial del 40 por ciento, la pandemia del VHI/sida siguen teniendo un color de piel. El país sigue manteniendo unos índices de desigualdad que arroja a su mayoría negra a un apartheid económico. La transición se hizo. El igualitarismo étnico se consiguió con el levantamiento de leyes draconianas y prohibiciones absurdas. Pero la justicia económica no apremiaba a inversores ni a gobiernos extranjeros. Al revés. Según el profesor sudafricano Patrick Bond, Nelson Mandela no pudo aplicar su ideario de redistribución de la riqueza y de programas públicos masivos para cubrir las necesidades básicas de la población. Los poderes económicos, nacionales e internacionales, encabezados por el FMI y el Banco Mundial presionaron y amenazaron con reaccionar si no se seguían las directrices neoliberales. El ANC había llegado al gobierno después de medio siglo de apartheid. Y en su interior brotó el temor a que un fracaso económico alentara regresos al pasado y dibujara una imagen contraria al gobierno de la población negra. Además de arrojar al país a la hecatombe económica. Algo de lo que ha sucedido en Zimbabwe. Así se abrió la puerta a privatizaciones masivas, despidos y reducciones en los salarios en el sector público, recortes en los impuestos a la inversión privada, etc.

Años más tarde la realidad no ofrece márgenes para el optimismo. Sudáfrica es un arco iris de diversidad étnica y cultural. Pero cuando la miseria ahoga el día a día, cuando las esperanzas puestas no terminan de dar respuestas concretas, cuando la riqueza ostentosa sigue ampliando sus márgenes frente a los más de ocho millones de personas sin hogar, sobre ese arco iris llueve de sangre. No es nueva la violencia en los barrios pobres de las grandes ciudades sudafricanas. Los índices de delincuencia son los mayores del mundo. La delincuencia que es causa y origen de esa otra delincuencia vive tranquila tras las alambradas que el post-apartheid no ha podido tocar.

Mientras Trevor Ngwane, antiguo líder local del ANC aseguraba "El apartheid basado en la raza ha sido reemplazado por un apartheid basado en la clase social. Somos la sociedad más desigual del mundo", en el norte, cerca de las fronteras, paramilitares granjeros blancos se dedican a la caza del inmigrante. Las autoridades lo toleran. La policía reconoce que hacen su trabajo sucio. Además, cuando los inmigrantes terminan su trabajo, antes del día de paga son denunciados por sus propios patronos. Las autoridades expulsan diariamente a más de trescientos inmigrantes de Zimbabwe. En diciembre más de ochenta mil mozambicanos fueron puestos en la frontera.

La pobreza que soporta el Mozambique obediente a las normativas neoliberales, y la situación catastrófica de caos e inflación que sufre la población zimbawana, además de la persecución que soportan los que no se alían tras el libertador devenido en tirano, Robert Mugabe, está provocando un aumento de los desplazamientos hacia Sudáfrica. Con una situación de desesperación y desempleo en los barrios pobres de Sudáfrica, la llegada de estos inmigrantes pone en marcha un irracional mecanismo que conocemos bien. Culpar al otro. Señalar al extranjero como responsable del desabastecimiento, de desempleo, de la falta de servicios públicos. Culpar al blanco de corbata es más difícil y más inaccesible. Culpar a las economías neoliberales, más difuso para los que agarran el hacha borrachos de un odio irracional.

viernes, 16 de mayo de 2008

Petiscos (4)

Su padre vino desde Argentina hasta Mozambique para visitarlo. En la despedida, tras dos semanas de idas y venidas por un país tan diferente, Nico le preguntó en el aeropuerto "Escuchá viejo, ¿qué fue lo que más te sorprendió de África”. El hombre se tomó su tiempo y serio, respondió con esa parsimonia de argentino batallado “¿Sabés qué ha sido lo que más me ha sorprendido de este lugar? Con el calor que hace, la cantidad de gente que lleva en la cabeza gorro de lana”

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Un desencuentro burocrático con el Ministerio de Salud ha impedido que una ong reparta setecientas mil mosquiteras para combatir la malaria en el norte de Mozambique que iban destinadas para los niños menores de cinco años. Nadie ha publicado este hecho, que se mantiene oculto a la opinión pública. Las próximas víctimas del mosquito maldito tampoco lo saben. Nunca lo sabrán.

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“Disculpe, -le dijo mi amigo A. al médico tradicional- estoy lejos de casa. Hace años que salí de Italia. África me acogió, pero a veces me siento sólo en el mundo. Hecho en falta tener unas raíces, un refugio. ¿Qué me aconseja?” El hechicero lo miró por un momento. Cerró los ojos y los volvió a abrir. “Usted, amigo, es blanco. Si fuera negro, le animaría a consultar con sus antepasados, los convocaríamos. Pero usted es blanco y todo lo que le puedo decir es que mire en la hechicería de su computadora”.

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El escudo de la bandera de Mozambique contiene una fusil. Hay quien critica ese hecho. Mirémoslo como lo mira un amigo mío. Muchos escudos de muchos países incorporan en su parafernalia los instrumentos con los que lograron su independencia. Lanzas, sables, cañones. Las garras del águila norteamericana sujeta con fuerza numerosas flechas. ¿Las que arrebataron a los aborígenes? Mozambique se independizó en el año 1975. Entonces, las flechas ya se habían modernizado.

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Salía de la reunión cuando me topé con un vendedor de flores en la calle. “Buenas tardes ¿Qué cuesta este ramo?" le pregunté. “Cincuenta meticais, señor”. El hombre llevaba una camiseta sin mangas, con una pequeña imagen del Che Guevara a la izquierda. “Ok, me la llevo”. Le pagué. Me dio el ramo. Le di la mano y le dije señalando con las cejas a su imagen del pecho “Gracias, amigo Che Guevara”. Apretó la mano y me respondió “Yo Orlando. Mucho gusto señor”.


martes, 13 de mayo de 2008

Halima

Apenas la conocí. Coincidimos en una cena. Era una mujer mozambicana frágil, linda, joven. Amiga de un amigo. Era tímida y abrazaba a su amigo como buscando protección. Halima se ha muerto de lo que tanto se muere en África. De una muerte no natural, maldita, apocalíptica. Y ponerle rostro a tanto dolor descompone todo ánimo y paraliza hasta la esperanza.

No era el tiempo de su muerte. La vejez es la menor causa de muerte en esta región. No es justo que se interrumpa tan a destiempo, tan a menudo vidas que aún tienen tanto que vivir. Tanto por soñar.

Halima se ha ido. Apenas la conocí. Pero veo a sus amigos desencajar la expresión en el silencio de la soledad. Y cierro los ojos respetuoso ante su llanto. La vida es una inercia para los que respiramos de día en día. Y ese movimiento apenas nos recuerda lo excepcional que es poder estar despierto, poder pensar, caminar por nuestros propios medios, comunicarse con otros seres que tienen la suerte de poder aún mirar a los amigos y reír. Y hasta llorar.

Esta mujer pone ojos hermosos al vacío de la muerte. Mirarla bien. Y me estremece su ausencia injusta. Y maldigo tanto genocidio sobre esta gente tan buena. Y los números y porcentajes son Halima una vez, y otra vez, y otra, hasta que el dolor resulta peor que insoportable. Y la muerte radicalmente injusta.


domingo, 11 de mayo de 2008

La vergüenza

Desde aquí, desde este punto lejano de África austral se puede tener vergüenza. Aquí, entre estas gentes acogedoras, escuchar las noticias que llegan de Europa asusta. Da coraje. Avergüenza.

Los antiguos dueños, los que se fueron de aquí robando todo, hasta las personas, están discutiendo ahora cómo castigar más y mejor a los que cometen el “delito” de buscar alguna oportunidad fuera de las rayas inventadas.

En Bruselas se discute el número y grosor de las cadenas que les vamos a colocar nosotros, ciudadanos libres de la Unión Europea. La Europa miedosa marcha al ritmo de los himnos fascistas que recorren su geografía de punta a punta. Y la socialdemocracia, acomplejada firma consignas cada vez más alejadas de aquella ética que queda ya tan lejos ¿Harán falta cincuenta años para que se escandalice el sentido común por tanta aberración?

Vinieron aquí. Esquilmaron este continente. Portugueses, belgas, españoles, alemanes, franceses, ingleses… Se llevaron entre cadenas a miles de personas a las que esclavizaron. Desfiguraron su realidad. Colonizaron y neocolonizaron. Propiciaron golpes de estado. Colocaron títeres corruptos y criminales. Palmearon las espaldas de los asesinos cuando “se portaban bien” para los intereses de las metrópolis. Robaron materias primas hasta el día de hoy, en el que roban el petróleo de Nigeria y matan su delta. ¿Protestas? Se envían soldados. Por ejemplo.

Una mentira repetida muchas veces deja de ser mentira. Y una atrocidad escuchada una y otra vez deja de escandalizar, se interioriza y se termina asumiendo. Se termina votando ¿Cuándo se han expulsado “democráticamente” tantos seres humanos como se pretende hacer con la maldita Directiva Europea? ¿Cuántas cárceles llamadas Centros de Internamientos hay que construir para sacar más en votos? Dicen que no son cárceles esas prisiones prohibidas a testigos y prensa.

Ni siquiera humanidad. ¿Qué intento de contabilizar y poner nombre a tanta muerte anónima? ¿De ponerle rostro de mujer, de niño, de hombre? Las estadísticas ya no detienen el zaping. Todos son Mohammed. Qué más da mientras no se vea. Y si se ve se tapa. Y si está vivo se le detiene. Se le acusa de no morir como Dios manda y se le expulsa. Cuarenta días son pocos para organizar la expulsión.

Estas personas que nacieron en África y que tratan de encontrar una vida menos dolorosa emigran como lo ha hecho el ser humano siempre a lo largo de la historia. ¿Qué modernidad es ese miedo criminal que arroja seres humanos a la muerte del fondo marino, o levanta alambradas, o dicta leyes que facilitan a la muerte su tarea a destiempo? Estamos cansados de estar cansados de tanto horror.

¡Da tanta vergüenza…!


jueves, 8 de mayo de 2008

Círculos

Al llegar a Maputo me encontré a una Edna linda y con los síntomas de las primeras semanas de embarazo. Nauseas, mareos, cansancio, cambios de humor... Y al mismo tiempo feliz de juntarnos después de diez días. De nuevo estábamos en al hotel Mozaica. En breve nos mudaríamos a una casa de la calle Mukumbura. Nuestro nuevo hogar.

Pronto comenzamos a conocer nueva gente. Entre ellas un tesoro. Natalia, colombiana, periodista. En unos días debía irse a otro país africano de esos que no existe más que para las encuestas de desgracias, Togo. Su compañero terminaba su trabajo en Madagascar y andaban haciendo malabares para hallar la forma de coincidir en el mismo lugar. Otro amigo, A. estaba pasando malos días por desencuentros con su pareja. Nos juntamos con más almas errantes Teresa y Pablo, a punto de terminar su misión en Mozambique y listos para hacer de nuevo la mochila, Nico mi compañero de viaje y mateada, una pareja italiana dedicada al séptimo arte, un mozambicano artista de la informática. Y propiciamos una cena en el “Círculo de artistas”. La excusa era precisamente crear círculos. Presentar unos amigos a otros. Y el experimento fue un éxito. Tanto que la cosa terminó muchas horas después al calor de la noche de Maputo.

Me gusta conocer gente. Y me gusta conocer sus motivos para estar en movimiento y saber de sus realidades y sueños y deseos. Se me acumulan los recuerdos presentes de tanta gente querida repartida por el mundo. Y añoro el momento de volver a abrazar a los amigos de Donostia y alrededores, y a la gente tan querida de Montevideo y sus reflexiones, y a Pati en El Salvador, y Feli por "sin papeles" y Rocío en Ecuador y mi familia en Zaragoza, y los nuevos amigos que quedaron en Pemba y Susana en Vejer y más, y más… Y me gusta mucho comprobar lo caprichosas que son las casualidades que hacen que una anécdota provoque el encuentro de personas que después provoca otro círculo y nuevas experiencias que uno nunca había planificado. Ni tampoco imaginado.

Si aquel día, hace hoy exactamente cuatro años no se me hubiera ocurrido ir a aquel curso de cultura de paz que organizó Mundubat, no le hubiera conocido en las circunstancias precisas a esta mujer que ahora me riñe entre risas cuando me olvido de las cosas o de los nombres, ni estaría esperando una criatura con ella. Una criatura que nacerá de aquel capricho del destino, como yo vine del mío, y cada cual del suyo.


miércoles, 7 de mayo de 2008

¡Misión cumplida, che!

Y ahí seguía, con un amigo de Rosario que alucinaba por los polvos de un feticheiro mozambicano, agarrando con una mano el volante y con la otra el mate, y atravesando este país africano verde de vegetación y rojo de tierra. Llegamos hasta el cruce de Inchope. No volveríamos a estar más cerca de Zimbabwe. Dejamos Beira, la ciudad de Mia Couto a la izquierda y nos encaminamos hacia la provincia de Inhanbane. Aún me escocían las picaduras del día anterior. Paramos junto a una gasolinera a descargar la vejiga de tanto mate. Ahí, una empleada del establecimiento nos anunció que se venía con nosotros. Nico le dijo que era padre (religioso) y la mujer se quedó tan parada como yo. Entonces, ella me miró a mí. Y, ante mi levantamiento de cejas se echó a reír. El humor de la gente de este país es una de las cosas que hacen que se mantenga a flote.

Desde que salimos de Pemba decidimos hacer una fotografía cada cien kilómetros, estuviésemos donde estuviésemos. Y en esta ocasión nos tocó hacerla junto al río Save. Nos cruzamos con una caravana que se dirigía a Cabo Delgado ha realizar inspecciones mineras. Al parecer era una fundación que respondía a presupuesto saudí. Cerca de donde estábamos, un grupo dormitaba a la sombra de un árbol. De pronto todo el mundo pegó un brinco al unísono. Alguien había visto una cobra. Echaron mano a las piedras y comenzó la lapidación del reptil. Vimos que era el momento de seguir nuestra ruta.

Teníamos idea de llegar hasta Pomene, una localidad costera de la que nos habían hablado maravillas. Atardecía. Más adelante, otro animal salvaje se nos cruzó en el camino. Esta vez era una simpática tortuga sorprendentemente veloz. Foto. Seguimos. El tiempo nos acorralaba. De pronto, un bache que parecía la entrada a una mina nos anunció que la carretera volvía a perder esa categoría. La provincia estaba inundada de cocoteros. La gente seguía caminando en la orillas y había que tener los ojos muy abiertos. Además, los vehículos que venían de frente insistían en circular con las luces largas. Ya era de noche cuando dejamos a la izquierda la turística localidad de Vilankulos. La carretera se volvía cada vez más insufrible y estábamos más que cansados. No veíamos la desviación a Pomene. Los kilómetros se alargaban conforme circulábamos más lento y nuestras cervicales crujían. La noche africana era oscura. Al fin vimos el desvío, pero era el de salida. Anunciaba que por ese camino de tierra y baches tendríamos Pomene a 38 kilómetros. En la misma dirección en el que íbamos Nico conocía un camping en Maxixi, a cuarenta kilómetros. Soñábamos con llegar, ducharnos y cenar algo. La duda nos la quitó el precio más que europeo que tenía el Pomene Logde. Así que seguimos entre brincos hasta Maxixi. Llegamos y… ¡completo! Nos miramos con cara de “la hemos cagado”. Por suerte, la señora que nos atendía, maestra del suspense nos dijo un par de segundos más tarde que cerca había otro camping. Conseguimos una cabañita modesta que nos pareció el palacio del Aga Khan. Cenamos y desaparecimos entre las telarañas del sueño.

A la mañana siguiente nos despertamos sin prisa. Ya sólo nos quedaban quinientos kilómetros hasta Maputo. Última jornada. Salimos tarde, después de desayunar. Nos metimos en un desvío de arena en el que tuvimos que emplear a fondo el cuatro x cuatro para llegar al medio día a la playa de Závora. Queríamos un poco de mar después de tantos días. El lugar era hermoso, salvaje. Las olas hacían imposible el baño. Pero ahí nos tiramos a descansar un rato y a charlar de nuestras cosas. Las conversaciones con los argentinos no son aburridas nunca. A la hora regresamos a la carretera hasta que más adelante nos volvimos a desviar hasta la playa de Chongoene. De nuevo pista de tierra. Y niños y más niños que nos señalaban con el dedo y con sus ojos enormes.

Había pasado el medio día cuando nos dirigimos hacia Xai-Xai. Los vendedores de cocos extendían su oferta. Vimos que uno de ellos había tecnificado su tarea. Había construido un muñeco que hacía el trabajo mientras él descansaba placidamente a la sombra. Por suerte habían pasado otros cien kilómetros y tocaba foto. ¡Clic!

Nos detuvimos en Xai-Xai. Eran las cuatro y media de la tarde y teníamos hambre. Nos metimos algo al cuerpo. Llenamos una vez más el tanque de combustible con el método garrafa de 20 litros y tomamos dirección Maputo con la noche ya encima. En el camino hablamos del Frelimo y de Shamora Machel, del amor y de su misterio, de África y de nuestras vidas. De los amigos comunes. Del futuro próximo.

Horas después llegábamos a los suburbios de Maputo y nos perdimos. Dos mil quinientos kilómetros después de salir de Pemba nos perdimos en la periferia caótica y sucia de esta ciudad africana. Recibí un mensaje de Edna. Me esperaba ansiosa.

Reconocimos una calle y minutos más tarde llegamos al hotel Mozaica. Un abrazo ¡misión cumplida, che! Edna salió a recibirnos. Más abrazos. Llegamos felices y cansados. Con muchas imágenes en nuestras retinas, y convencidos de que Mozambique es un país hermoso y que sus gentes lo hacen más hermoso aún.

domingo, 4 de mayo de 2008

Mozamateando

El baño era una choza cercana a la que teníamos para dormir. El sonido de la vegetación nocturna en mitad del campo africano era una incesante música minimalista que anunciaba misterios y que animaba a cobijarse. Yo fui al allí como última actividad del día. Entré a la luz de mi linterna, me bajé los pantalones y entonces comenzó el ataque. Eran dos y fue a traición, ya que, tal y como me encontraba no podía defenderme.

Me había dado repelente en los pies y tobillos, pero no en las piernas, y fue ahí donde se dirigieron esos inoportunos insectos voladores. Con una mano daba manotazos en el aire. Con la otra los trataba de alumbrar. Una palmada aquí, otra allá. La situación era complicada. Yo ya había comenzado con la tarea, y no era posible interrumpirla. Además, me enojaba sobremanera que esos insignificantes insectos vinieran a molestar una actividad tan personal. No fue fácil realizar la operación de manera completa y sin dejar de defenderme. Sentí un picotazo en la pantorrilla y seguido otro en la parte trasera del muslo. Eché atrás la mano y algo se quedó entre los dedos. Tenía los restos de un mosquito y estaba bañado en sangre. ¿Era mía o de otra víctima? En ese instante recordé que para que el mosquito de la malaria contagie el paludismo ha debido picar previamente a otra persona con malaria. ¿De quien sería esa sangre? Me limpié las manos con jabón, fui a mi choza, me metí debajo de la mosquitera con los picotazos en pleno proceso de hinchazón y me dormí blasfemando y con la fe puesta en que dentro de diez días no me subiera la fiebre.

A la mañana siguiente salimos a las siete y media, después de un desayuno que consiguió mantener nuestros estómagos distraídos hasta la noche. Nos encaminamos hacia el Gorongosa, actual Parque Nacional, y antes, retaguardia de la Renamo, la guerrilla financiada por la Sudáfrica del apartheid. De pronto nos dimos cuenta de que andábamos muy escasos de combustible. Atrás llevábamos dos bidones de veinte litros, pero debíamos asegurar alguna gasolinera. La vegetación era hermosa, salvaje. Llegamos a la localidad del mismo nombre, Gorongosa con el depósito casi vacío. La gasolinera del pueblo eran dos jóvenes que vendían bidones de 20 litros, como los que nosotros llevábamos. Estábamos en la tarea de llenar de petróleo nuestro todoterreno cuando se acercó un hombre metido en edad. Traía en sus manos una lata de pintura de cinco litros con una sustancia blanca en su interior parecida al maíz molido.

- Señores, aquí tengo fetiche. Si prueban esto se les va a poner así de dura –prometió, apretando el puño- para hacer feliz a la mujer.

Todos los presentes se rieron a carcajadas mirando nuestra caras de asombro. Nico, rápido de reflejos sacó el mate.

- Yo también tengo fetiche. Fetiche de blanco. ¡Mire!

Las carcajadas se transformaron en una sonrisa aguijoneada por la curiosidad. Todos se acercaron un paso más. Nico abrió el saco de yerba argentina, rellenó el mate con la maestría del pampero, colocó la bombilla y lo cebó. Todos los presentes seguían el proceso en un silencio casi religioso. Le ofreció la primera mateada al “vendedor de viagra”, que lo recibió con una seriedad exagerada. El hombre fue a darle un sorbo. El argentino vio en ese error casi un sacrilegio y le corrigió.

- Tiene que chupar por aquí, por la bombilla.

El hombre le obedeció. Todos los presentes lo miraban hipnotizados. Acercó sus labios, inhaló y el brinco que dio provocó un susto seguido de una carcajada general. El fetichero no se esperaba que “ese fetiche de blanco” tuviera ese sabor y menos que estuviera tan caliente. Otra chupada, otro brinco y otra carcajada.

Después de esto, Nico no pudo rechazar la oferta del fetiche en bote de pintura y aceptó una cucharada.

Pagamos el gasoil y seguimos nuestro camino al sur. Aún nos quedaban muchos kilómetros. Al rato pregunté a mi copiloto.

- ¿Qué? ¿Se te está poniendo dura?
- Mirá che, dura no, pero a saber qué mierda era eso. Me da la sensación que los árboles se inflan y se desinflan.

- Bueno, pues mejor prepárate otro mate, ¿si?

- ¡Dale!


Seguíamos atravesando el Gorongosa. De reojo observé a mi amigo. Miraba los árboles con una sonrisa tranquila.

-¿Sabés qué? –
me dijo de pronto- a este capítulo de tu blog le podés llamar “Mozamateando”.

Se hacía de noche y nos acercábamos a la provincia de Inhambane.