viernes, 28 de marzo de 2008

Un barrio con historia

Bo-Kaap es el museo del barrio musulmán de Ciudad del Cabo. Y Bo-Kaap es un barrio con historia de barrio que sobrevivió a la historia. Las casas, modestas están vestidas de colores divertidos. Algo que da una sensación de buen humor al pasear sus calles. Nos costó encontrar el museo aunque lo teníamos delante de las narices. Y es que su edificio no destacaba por encima de las casas. Era uno más.

Los acontecimientos, las historias, la voluntad humana y también su barbarie edifican permanentemente el presente. Y el presente de Bo-Kaap es el de un mestizaje singularmente armonioso. Muchos de sus vecinos y vecinas son descendientes de esclavos, de exiliados políticos, de convictos traídos desde el sudeste asiático o Indonesia en los primeros años de la presencia europea en África del sur.

Cuando los negocios alemanes hundían sus garras en las indias orientales, allá por el siglo XV, algunos grupos de musulmanes que resistieron la presencia colonial fueron expulsados al Cabo de Buena Esperanza. Muchos prisioneros, condenados en Indonesia fueron expatriados hasta aquí. Los esclavos fueron llevados por los colonos hasta el Cabo desde Mozambique y Madagascar. Y aunque no eran musulmanes se convirtieron, entre otras cosas al identificar al Islam con la religión de la resistencia. Estamos a finales del siglo XVIII.

La primera mezquita que se construyó en Bo-Kaap data de 1794. Es la Mezquita de Auswal y sigue en funcionamiento. Antes de 1830, tan sólo uno de cada diez habitantes del barrio eran musulmanes, pero tras la abolición de la esclavitud, muchos de ellos abrazaron el Islam y eligieron éste barrio como lugar de residencia.

Muchos años después, la participación de los musulmanes en la lucha contra el apartheid provocó discusiones encendidas, pero una de sus tendencias se sumó codo a codo en el combate antirracista dejando a un lado dogmas y sin renunciar a su religión.

Entramos con curiosidad al museo. Alguien nos había hablado de él. Éramos los únicos en visitar a esa hora ese lugar. (Y era de agradecer. Las aglomeraciones en los museos son de las insatisfacciones más stressantes si lo que se desea es disfrutarlo con atención).

Las primeras salas mostraban la influencia y la historia del Islam en la zona de Cape Town. Sus vestidos, la arquitectura, artesanía. Otras se detenían en la época del apartheid. Había fotografías que mostraban la imbecilidad hecha ley, como ese cartel que clavaban tres paisanos avisando de que la playa era exclusivamente para blancos.

En el piso alto había una exposición de fotografías hermosa en su concepto por la sencillez y la participación de todo el barrio. Su título era "Los rostros de Bo-Kaap". Eran fotografías de la gente. Así de fácil. De las mujeres, de los ancianos, de los críos, de los hombres de Bo-Kaap. Cada uno con su indumentaria, cada uno y cada una con su rostro, con su minifalda o con su velo, con su turbante, con su barba, con su bicicleta o con su mirada. Eran todas del mismo tamaño. Me quedé largo rato mirando cada una de ellas. Daban muestras de un barrio vivo a pesar de la historia. O quizá gracias a ella.

Al día siguiente saldríamos para el Cabo de Buena Esperanza.

Pero en esos momentos había comenzado a suceder algo que yo aún no sabía y que unos días más adelante me dejaría paralizado de la emoción.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Los colores del blanco y negro

Al día siguiente, sin deshacer casi el equipaje nos mudamos a un apartamento limpio y hermoso del hotel Daddy Long Legs, junto a una tienda de música de la misma Long Street. Lástima que sólo tenían sitio para esa noche, porque el “Piernas largas de papá” resultó ser un lugar estupendo. Así que de nuevo teníamos que buscar alojamiento para el día siguiente. Era nuestro sino. Éramos, somos nómadas. Mientras esperaba a las chicas me quedé pegado como mosca veraniega al escaparate de la tienda de música.

Amor tenía ganas de andar (es ingeniera de montes) y yo no tenía intención de que se me notase la pereza, así que nos dirigimos a la famosa Table Mountain. Se trataba de una gigantesca roca en medio de la ciudad. Su icono. Subimos en Teleférico. Y arriba nos dedicamos primero a disfrutar de las vistas y después a caminar y caminar, calmando así las necesidades montañeras de nuestra amiga. Desde arriba se veía hermosa Ciudad del Cabo. Y ahí estaba Rodden Island, la pequeña isla a escasos kilómetros de la costa donde Nelson Mandela estuvo encerrado 11 de los 27 años que lo secuestró el régimen del apartheid. Hoy se organizan viajes turísticos a la isla y se visita la celda como conjuro contra tiempos que no han de volver. Bajamos cuando los colores naranjas acudían a su cita diaria.

Conseguimos asegurarnos una habitación triple para los dos días que nos quedaban antes de bajar por la península en dirección al cabo de Buena Esperanza. Cenamos shushi.

La mañana siguiente, bien temprano me fui a un ciber que estaba abierto las 24 horas y trabajé largo rato, hasta que Edna y Amor, tan dormidas como felices me hicieron ver que era hora de moverse. Hablo inglés como chapurreo el portugués. Así que me dejé dirigir por el sector femenino. Cosa que no levantó protestas ya que yo iba a ser el encargado del coche. Andábamos sin un plan muy definido. Dejándonos llevar por el placer de perdernos en una ciudad nunca visitada antes y ciertamente linda donde, según leí de algún escritor hispano, la seguridad es mucho mayor que en Johannesburgo pero mucho menor que en Chicago. Cosa que no sé exactamente qué quiere decir. Caminando, mirando, perdiéndonos, nuestras sandalias nos encaminaron hasta el puerto. Un catamarán nos llevabaría hasta bordear Rodden Island. Subimos con la emoción de la aventura. Nos colocamos sobre la red de proa. Mi objetivo era disfrutar en silencio de un viaje de un par de horas. Observar. Recibir el viento en la cara. Dejarme mecer por ese oleaje que a veces, de pronto se enfurece. Y saborear las sorpresas en forma de delfines, focas y con suerte de alguna ballena. Precisamente, en ese momento se acercó un caballero de dimensiones considerables y se sentó junto a mí desequilibrando la red y obligándome a recolocar. El espécimen era norteamericano y vivía en Miami. Tenía ganas de cháchara y de contar su vida y sus impresiones de un viaje que ya había hecho más veces. No era esa mi idea y se lo hice ver con alguna mirada un tanto hosca. Se giró y le comenzó a largar su rollo a una rubia belga más simpática que yo y cuyo novio no dejaba de hacer fotos.

Así que librado del peligro me centré en disfrutar del mar. Una focas jugueteaban a nuestro paso nada más salir del puerto. Un poco más adelante los delfines saltaban a nuestro lado y seguían al velero. No era un espectáculo contratado. Nadie les daba la orden. Edna, en la punta de proa disfrutaba como una niña. Justo cuando dábamos la vuelta para regresar una mancha enorme nos avisó de la presencia de una ballena. Un chorro, y sobre todo la cola gigante que asomó nos confirmó lo que veían nuestros ojos. Fue un jolgorio general. Según el capitán tuvimos mucha suerte, porque no era la época de ballenas.

De regreso a Cape Town, Table Mountain era el aviso de entrada a un continente misterioso. Eso fue lo que vieron los europeos al llegar a este punto en su intento de doblar África. Eso fue lo que vieron los holandeses puritanos que llegaron para quedarse huyendo de sus propios fantasmas y encontrándolos también aquí. Cape Town fue la puerta de entrada del mayor drama de África. Historia de conquistas, sangre, esclavos, miedo, racismo, muerte. Historia que sigue siendo.

Algo de eso comprobamos al día siguiente. Visitamos Front Sea, la zona de las playas donde el lujo se mostraba obsceno. El mundo más blanco y feliz de piscinas climatizadas, zonas de recreo medido al detalle, uniformes para las criadas y peluquería para perros se mostraba sin pudor. Numerosas mansiones de césped perfecto se distribuían con armonía a lo largo de una costa que ya no estaba prohibida para los negros pero que era prohibitiva para los pobres, que evidentemente no son blancos. “Ahora podemos ir donde queramos. No es como antes. Y podemos trabajar de lo que sea -me explicó un joven taxista negro- y aunque la gente sigue siendo pobre, sólo con la igualdad de oportunidades podremos conseguir desarrollar el país”. Ojala tenga razón.

Edna y Amor decidieron ir al aquarium. Yo preferí perderme por la ciudad. Caminaba sin prisa, mirando a la gente que me cruzaba e imaginando sus aventuras y sus desventuras. Los rostros dicen mucho de la vida de las personas. Rostros bellos de mujeres orgullosas, rostros tímidos con dolores escondidos, expresiones alegres, divertidas. La gente me gusta. Y de pronto me volví a tropezar con la tienda de música junto al hotel Daddy Long Legs. No lo pude evitar. No me compré una marimba por poco, pero al rato salí con quinientos rands menos, cuatro cedés más y una sonrisa de oreja a oreja.

Si alguien hubiera estudiado mi rostro ¿habría descubierto que llevaba música africana en las chispas de los dedos?


domingo, 23 de marzo de 2008

En Ciudad del Cabo

Aterrizamos en Ciudad del Cabo a la tarde. Nos alojamos en un Backpacker de Long Sreet. Para llegar hasta el cuarto de baño compartido atravesamos una habitación con tres literas y con otros tantos gorilas veinteañeros, blancos de cuello ancho que amenazaban con roncar y con juerga nocturna. El sitio estaba bien si uno era joven, tenía dinero y/o tabla de surf. Pero a nuestra edad, y sobre todo a la mía, el sitio se quedaba allá atrás, junto a la memoria de mis primeras escapadas descubridoras de farras sin reloj ni tener que rendir cuentas a nadie ni a nada.

Dejamos el equipaje y salimos a patear la ciudad. Bajamos por la larga calle “Long street” buscando un nuevo alojamiento para el día siguiente. No podíamos evitar el asombro que nos producía estar en el África más alejada de su estereotipo. De un estereotipo que al mismo tiempo lo confirmaba. Cape Town, o Ciudad del Cabo era una hermosa ciudad dominada por los blancos en un país negro. El apartheid dejó de ser años atrás. El Congreso Nacional Africano gobierna este bellísimo país. Pero lo que la realidad nos mostraba era una división tozuda. Blancos en coche y negros andando. Blancos comiendo en restaurantes y negros sirviéndoles. Blancos paseando placenteramente con sus familias y negros limpiando, vendiendo periódicos en los semáforos, ofreciéndose para cuidar los coches aparcados, vendiendo yerba o coca apoyados en las farolas o en las paredes, esperando el bus para ir a las afueras, donde su casa les esperaba cargada de hijos y problemas.

Fuimos hasta el puerto, conocido como Waterfront. Preguntamos en el servicio de Información Turística. Nos dieron unas explicaciones minuciosas de las diferentes opciones que teníamos de acuerdo a nuestro plan. Ciudad y entorno.

Uno de los objetivos sería subir a la Table Mountaint, la orgullosa montaña en forma de mesa que domina la ciudad y que era su emblema. La montaña anaranjada que vieron los primeros colonizadores holandeses que entraron por este punto al continente en un intento paranoico de dominarlo.

Nos fuimos a cenar. El menú ofrecía exquisiteces tan poco comunes como cocodrilo, avestruz, impala, kudhu… Probamos de todo. La carne de avestruz era deliciosa y fuerte. La de cocodrilo suave. Las apariencias una vez más engañaban.

Tras el safari gastronómico nos dirigimos a uno de los lugares de música de la ciudad. Encontramos un sitio donde la mayoría negra anunciaba una música mejor de la horterada de otros lugares de sonrisa sonrosada al estilo Abba. Ahí entramos, frotando cuerpos contra cuerpos en una rítmica y sudorosa sesión de hip-hop local, hasta que nos olvidamos de la hora y casi del camino de vuelta al Backpacker de la Long Street. Los gorilas dormían en silencio.

Al día siguiente nos esperarían nuevas sorpresas.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Al sur del sur



Después de días de trabajo intenso y encierro en un hotel de Maputo llegaba el ocio. Nos íbamos unos días de vacaciones. En un principio, la idea fue el norte de Etiopía, pero los cálculos económicos y la opción del descanso nos hicieron mirar al sur, a Sudáfrica.

Un avión de LAM nos dejó en Johannesburgo. Tiene fama de ser la capital de la inseguridad. “Cuidado” nos avisó todo el mundo, “en Johannesburgo te roban seguro” . Y así fue. Edna metió su tarjeta visa en un cajero del Standar Bank del aeropuerto. Marcó la cantidad y… ¡tarjeta bloqueada! ¡¿eh?! No teníamos más que meticais, la moneda de Mozambique. En Sudáfrica funciona el rand, que vienen a ser doce por cada euro, pero el cajero nos había robado la tarjeta. El cajero era un cajero. Es decir, no había detrás ningún banco con empleados para pedirles socorro. Llamamos por teléfono al número que se indicaba para incidencias y una voz odiosa se limitó a explicar que la tarjeta sería destruida y que podría haber sido retenida por diferentes motivos. Por suerte yo tenía la mía y me funcionó sin problema, pero ¿Y una persona que viajase sola?

Cinco horas más tarde volábamos más al sur, a Ciudad del Cabo, en el extremo del continente. La temperatura bajó y la humedad ya no era tropical. En su lugar, nuestros ojos se toparon con algo que posiblemente no sorprenda viniendo de Europa, pero que a nosotros, tras más de cuatro meses en el norte de Mozambique nos dejó ciertamente boquiabiertos. Calles limpias, ordenadas, sin rasgo de deterioro. Edificios modernos, en una hermosa mezcla con otros coloniales pugnaban por alzarse hacia un limpio cielo azul. Pasos de peatones, semáforos que se respetaban, tiendas, restaurantes… ¿Estábamos en California? ¿En alguna ciudad del norte de Europa? No, estábamos en el sur del continente africano. Tan al sur, que parecía el norte. Teníamos una semana por delante.

jueves, 13 de marzo de 2008

El loquito

Las calles de Maputo son de una fealdad a la que se les toma cariño. No invitan al paseo, y no puedes dejar de pasearla. Sus gentes son supervivientes diarios de la hecatombe de la globalización. Personas que caminan aturdidas de pobreza entre los todoterrenos y la basura.

Los nombres de sus calles son reliquias de otros tiempos en los que se soñaba con cambiar el mundo a golpe de martillo. Los niños ahora piden limosna, y los viejos, heridos en el orgullo de su dignidad les regañan.

Una noche, un loquito sin camisa bailaba entre los vehículos de la calle Julius Nyerere. Nosotros caminábamos buscando un sitio para cenar. Su danza era eléctrica. Tan pronto se lanzaba a correr en la dirección en la que venían los coches, se detenía como estatua congelada en mitad de la carretera o desafiaba a los vehículos tirándose al suelo.

Lo miramos alarmados. Ese hombre se estaba jugando la vida. De pronto pasó corriendo a nuestro lado. El loquito tenía una expresión de estar pasándosela bien.

En Maputo, el alumbrado público apenas alumbra el poste que sostiene la bombilla. El descamisado era preto como la noche. Eran sus ojos grandes y blancos los que anunciaban que detrás de ellos había un hombre de mediana edad y sin camisa que danzaba, corría, y gritaba chillidos de emoción y adrenalina cuando un cuatro x cuatro rozaba su cuerpo ágil y esquelético.

En una de esas… ¡¡Krassssss!! El frenazo de un coche hizo que se empotrara el que venía detrás, después el siguiente, que además abolló a otro que estaba aparcado y que comenzó a lanzar su alarma escandalosa.

El aspirante a suicida, tumbado en la carretera, a metro y medio del primer vehículo levantó la cabeza para ver el desaguisado del que era responsable y de repente desapareció. Los conductores salieron de sus coches, los curiosos se arremolinaron, la alarma seguía hasta que llegó su dueña que estaba en una cafetería cercana…

Unos pasos más adelante encontré al loquito agachado, escondido, un poco asustado y sin poder parar de reírse.

martes, 11 de marzo de 2008

Distancias

¡Se veía todo tan cerca desde ese hotel de Maputo…!

Me quedaba en la habitación trabajando y me abstraía de mi ubicación en el mapa. Horas en la red difuminaban mi estancia física. Me transportaban. Me reubicaban.

Noticias que se repetían como una noria perversa. Más naufragios de seres humanos entre las costas que separan Europa de África. Nuevas expulsiones. Más personas convertidas en estadísticas. Una campaña electoral en la que se utilizaba la inmigración para sacar votos criminalizando, manipulando, asustando, mintiendo…

Noticias que alteraban una normalidad aburridamente alterada. Una persona le pegaba tres tiros a un trabajador en un lluvioso pueblo de Gipuzkoa. Una persona menos a la mayor gloria de una patria que no me seduce. Recolocar discursos, matices, consignas. Mientras, llovía y todo se empapaba de un dolor insignificante para los que no lo sienten. Insoportable para los demás.

Noticias que casi no lo eran. Tenían que ser cuatro las mujeres muertas por sus parejas el mismo día para avergonzar a todos. Para recordar que hasta que los hombres no dejemos de tener miedo a las mujeres, un miedo milenario a su fuerza y a su inteligencia no será fácil que el monstruo del machismo deje de golpear.

Noticias alarmantes. El ejército colombiano, destacado en violar los derechos humanos agredía una vez más en territorio ecuatoriano. ¿Qué culpa tenían los habitantes del norte del país de que en Colombia hubiera tantos actores empeñados en no solucionar un conflicto con cuarenta años de duración? Macondo se desangraba. El país con mayor número de desplazados del mundo.

Noticias de mis seres queridos. De sus sueños y deseos. De sus miedos, alegrías y recuerdos. De sus aspiraciones y conquistas diarias. De las pequeñas frustraciones. De dolores y angustias. De retazos de esa esquiva felicidad que a veces se asoma en una esquina rota. De la vida.

Y después salía a la calle y me daba cuenta de que África seguía aquí, a mi alrededor, calurosa, colorida, sufriente, alegre, caótica…Y de que eso que se veía tan cerca desde ese hotel de Maputo, realmente estaba tan lejos que me daba, no sé, algo de vértigo.

viernes, 7 de marzo de 2008

La vida loca

Faltaba menos para que la temporada de lluvias, con sus inundaciones, multiplicación de insectos, enfermedades y agotamiento comenzara a remitir.

Edna tenía una sensación extraña. A falta de una semana para ir de nuevo a Maputo se sentía hinchada, rara… ¿embarazada?

Imposible no era. El pasado mes de mayo me operé en Montevideo para revertirme la vasectomía que tenía desde hacía tres años. Después de una intervención con anestesia total de cerca de cinco horas (cortar es fácil, pero unir es más complicado) hubo un periodo de cuarentena obligatorio. La inflamación post-quirófano de las zonas bajas apenas menguó para el viaje que me tocó hacer en agosto a Perú para Banoa. Más tarde, las vacunas de fiebre amarilla, cólera, hepatitis B, etc que tuvimos que meternos para venir al África Austral nos obligó a otros tres meses de utilización de lo que en portugués se llama camisinha.

Le dijimos adiós a la gomita hace unas semanas. Y nos dedicamos a festejarlo.

Así que podría ser. El problema era que estábamos en uno de los lugares y una de las épocas de mayor incidencia de malaria del mundo. Y eso ya son palabras serias para un embarazo. Estos días, ver un mosquito me sacaba de quicio. Le insistí a Edna que se embadurnara de repelente, que no saliera de la mosquitera… ¡Uf! Demasiada esquizofrenia. Los test de embarazo “made in China” que vendían en las farmacias eran de escasa fiabilidad. Cuando habían pasado apenas 24 horas del día D sin que hubiera señales fuimos a la clínica. Allí nos atendió un amable doctor. Al terminar nos dijo que todo indicaba que no había embarazo.

- ¿Y qué porcentaje de seguridad tiene la prueba?
- Alta –dijo- entre un 40 y un 60 por ciento

Total, que estábamos en las mismas.

Ver un mosquito era ver una catástrofe. Un animal salvaje. Dormimos con una espiral antimosquitos que funciona encendiéndola y que yo no había vuelto a ver desde la revolución sandinista. Compré todo tipo de potingue. Incluso la perseguía con un invento que funciona por sonido y que al parecer ahuyentaba a la mosquita (en verdad es la hembra la que pica).

En unos días volábamos a Maputo, y allí el peligro sería considerablemente menor. Las horas pasaban a cámara lenta, mientras los mosquitos revoloteaban como aviones espías. El calor aumentaba, la humedad… Y también los apagones, las tormentas tropicales.

Tres días más tarde se terminó la alarma y todo regresó a su calendario habitual. Había sido, sin más, un retraso.

Y entonces tuve la sensación de que todo comenzaba a cambiar. El nivel de la aguas había dejado de crecer. La gente arreglaba desperfectos. El sol también se componía de sombra. El mensaje en la botella lanzada al mar que es este blog llega a muchas orillas al mismo tiempo, y manos amigas y otras desconocidas lo leen.

Cuando subimos al avión para volar a Maputo nos reímos de los mosquitos. Y un poco también de nosotros mismos y nuestra vida loca.

miércoles, 5 de marzo de 2008

El partido y la presidenta

Y fui al partido. Alguna vez había entrado con una cámara al estadio de Anoeta en San Sebastián. No era lo mismo. Aquí no había estadio. Se trataba de una extensión de hierba irregular y tierra rojiza, con una portería sin red en cada extremo. Veintidós jugadores sudaban sólo de estar bajo un sol y una humedad que carecía de compasión. Haciendo las veces de juez de línea estábamos todo el público. La afición de uno y otro equipo. Los curiosos. Los que no tenían nada más que hacer y la vegetación.

La presidenta del equipo donde jugaba Nico era Cristina, otra joven cooperante. Cuando la goleada iba en cuatro a cero a favor del equipo local (el nuestro) y a falta de quince minutos para el final, el argentino pidió la sustitución. Estaba reventado. O al menos, eso dijo.

El técnico del equipo miró a Cristina con una sonrisa pícara y le dijo “Su turno presidenta”. Ella que no, y todos los demás, jugadores y público que sí “Dele Cristina, ¡que se los va a comer!”. Los chicos del equipo de la aldea de Majate no pusieron buena cara. Percibían como una humillación, no ya el 4 a 0, sino el que una mujer entrase al juego. “Esto es serio. Esto es un juego de hombres” gritó el número 9 de los visitantes. No hizo falta más. Fue el resorte preciso para que la presidenta entrara al juego.

La percusión de Fernando redobló su animación. Adolfo despertó de su resaca. La bulla subió de grados. Los perros ladraban y muchos reían, aplaudían, gritaban. Los jugadores visitantes sintieron la rabia y consiguieron el gol del honor. Cristina nos miraba y se reía. La marcaba el jugador número 11. Ella divertida daba dos pasos y el 11 daba dos pasos con ella. Retrocedía y era su sombra. Hasta que mirándole fijamente y con las manos en la cintura le dijo,

- ¿Tan peligrosa soy?

El 11, serio, se alejó de ella. Pero sólo unos metros.

Al terminar el partido nos dieron ganas de volantear a la presidenta como heroína del equipo aunque ella no hubiera metido ni un gol. No lo hicimos por respeto… Por respeto a los visitantes que se iban cabizbajos y con su derrota en el remolque de un camión.


sábado, 1 de marzo de 2008

“Las ONG tienen mucho más trabajo por hacer en Europa que en África”

Con cuatrocientos euros en el bolsillo, sin papeles y sin conocidos, Nicolás Dotta, un argentino de Rosario durmió su primera noche en Madrid en la boca de un metro. Era un inmigrante más, joven y con ganas de aferrarse a sus ideales y aspiraciones. Hoy trabaja como logista en una ONG médica en Pemba. Juega en el equipo de fútbol de su barrio y a veces parece un africano más. En unos días regresa a Madrid. Ha estado aquí año y medio. Nico habla sabiendo lo que dice.



- ¿Qué diferencia hay entre la África de las imágenes que vemos en Europa y la realidad que tú has visto aquí?

No toda África es un campo de refugiados, pero tampoco hay que caer en el peligro de que se te acostumbre el ojo a la pobreza. Por mucho tiempo que estés aquí, tiene que seguir causándote enojo tanta miseria.

Cuando veo la típica foto del niño con cara triste y la ropa rota, hay que saber también que los niños de aquí son los más alegres, los más pícaros, los más atrevidos. Que tienen iniciativa y que a cualquier niño de Europa le dan tres vueltas. Porque desde que nacen se tienen que buscar la vida.

Pero, su realidad es difícil y nos causa enojo. Lo que mostraba aquella foto es verdad. Hay niños mal alimentados, descalzos, mal vestidos. Pero lo que la foto no me muestra es que a pesar de eso son atrevidos, se divierten, están todo el día activos, son muy listos.

- ¿Cómo haces para convivir con esa realidad?
Pues no es fácil. A veces también tenemos que ponernos corazas y tratar de sobrevivir nosotros mismos. Hay que saber vivir de acuerdo al contexto. Nosotros venimos acá y somos personas y vivimos una realidad. Lo que podemos hacer es mucho o poco, pero somos limitados. Tenemos que aprender a relacionarnos como uno más. Es difícil porque no somos uno más, no nos tratan como uno más, pero hay que saber encontrar la respuesta a cada situación. La gente te llega con problemas, con necesidades y nosotros no podemos involucrarnos con todo. Hay que saber cuando decir no y reconocer nuestras limitaciones. En la práctica no somos iguales, pero se trata de achicar las distancias.
- Año y medio atrás. Un argentino de Rosario de pronto en el aeropuerto de una ciudad africana llamada Maputo

No entendía nada. Lo primero que tuve fue miedo al trámite aduanero. Y después, todo nuevo. Todo te llama la atención, todo te provoca curiosidad. Y enseguida, nada más salir del aeropuerto comencé a romper estereotipos. Más llegando a Maputo. Te encontrás con una ciudad con muchos problemas pero con ciertos servicios. Cosas que ya están globalizadas, bancos, cadenas de restaurantes. Y al final, a mí Maputo no me causó tanta sensación de lejanía con Rosario. No hay tanta diferencia si no fuera por el color de la piel de las personas. Distinto es ya la situación rural de Mozambique. Pero Maputo, con cualquier ciudad sudamericana tiene mucho en común. Gente durmiendo en las calles, pidiendo en las esquinas, todo eso es algo que en cualquier ciudad sudamericana te podés encontrar. Quizá, si venís directamente de España te agarra un poco más desprevenido.

- Estuviste en Maputo tres días y te viniste a Pemba, más de dos mil kilómetros al norte.

Ahí ya fue todo distinto. Una avalancha de sensaciones. Pemba tiene estos contextos tan marcados de paraíso natural mezclado con pobreza. Es como una escenografía de teatro. Está lo que hay para el turismo, muy lindo, dos calles pavimentadas. Pero cuando te metés en los barrios ya es otra cosa. Es increíble. Entonces conocés la verdadera Pemba.


- ¿Y cual es la verdadera Pemba?

Las casas de pau-pique, techo de paja. Las mujeres yendo a buscar el agua, cocinando. Los hombres durmiendo en las camas macua. La gente caminando, otra mirando y ahí ya te das cuenta que Pemba es mucho más pobre de lo que parece. Ahí ya ves realmente cómo vive la gente, cuales son los problemas que tienen. El turista no ve esto. Quizá algo puede intuir. Yo he escuchado varias veces decir “Al final no están tan mal”. Eh! pará! ¿Porque viste a uno comprando un televisor decís que no están tan mal? O cómo estarías vos en su lugar. Si no están tan mal ¿te tomarías vos su lugar?

-Tú aquí trabajas en la cooperación. ¿Crees que la cooperación puede resolver el problema de la pobreza?

Mirá, escuchar lo que voy a decir de alguien que trabaja en la cooperación puede parecer mal o puede sonar bien porque la autocrítica es constructiva. Pero la cooperación tal cual existe hoy es parte del problema. Es una herramienta más de la Gran Maquinaria que encontró un lugar para tener contentos a los descontentos. La cooperación es una herramienta más de los gobiernos para penetrar en nuevos mercados y tener buena imagen para sus votantes que no quieren más pobreza. Y entonces dicen “nosotros mandamos un millón de euros al tercer mundo”. Pero eso es la punta de un iceberg. Y detrás de eso vienen todos los chacales. La cooperación no lo usan los gobiernos para hacer un mundo más justo. Las ONG no son tan “No Gubernamentales”. La mayoría son financiadas en gran parte por las Agencias de Cooperación. Los fondos que reciben están diseccionados a regiones y sectores prioritarios, en los cuales hay un montón de necesidades. Los problemas son ciertos. Pero lo que hay que saber es que de las Agencias de Cooperación son parte de los Ministerios de Negocios y Asuntos Exteriores.

- Pero ¿tú estás de acuerdo con la consigna del 0´7%?

¿Y porqué el 0´7 y no el 1´5?

- Si fuera el 1,5% en los parámetros que planteas el problema sería el mismo. Variaría sólo la cantidad.

Es que yo creo que mientras haya capitalismo neoliberal no habrá otra cosa. Desde este sistema llega tanta cosa mala, que cuando llega algo bueno no está mal. Ahora, si queremos ir a la raíz del problema, esa lucha empieza más en España que en Mozambique.

- Sí, pero que un porcentaje del presupuesto de un Estado de la metrópoli venga al sur ¿está bien? Es decir, independientemente de su gestión, ¿no es una obligación de los Estados del norte destinar un porcentaje de su presupuesto para el desarrollo en el sur?

Mirá, se podría hacer mucha más cooperación sin ese 0,7. Con condiciones de comercio internacional más justas. O con menos subsidios a los productos exportados. Habría montones de herramientas. Por eso, el 0,7 podría estar bien para darle presupuesto a estos países. Pero acompañado de un montón de otras políticas. El 0,7 es casi una coima, una limosna.

-¿Tú qué harías a la espera del cambio de estructuras económicas internacionales injustas y que sólo se pueden cambiar con la presión de la gente? Hasta que ese cambio ocurra ¿qué?

En la medida en que Europa es, en gran parte un espejo en que mucho del continente africano se refleja, yo creo, en serio que muchas de las luchas están allá.

- Pero la sociedad europea no está movilizada.

Ese es el problema

- No está movilizada porque no lo necesita. Su bienestar material no se lo exige.

Claro, y después se hace socio de una ONG. Porque sabe que existe otra realidad. Y piensa que con la cuota mensual lava su conciencia. Por eso digo, que las ONG tienen mucho más trabajo por hacer en Europa que en África.

- Mozambique es uno de los países modélicos para el FMI, el Banco Mundial y la estructura económica globalizada. A pesar de venir de un proceso teóricamente revolucionario de cambio de estructuras.

Sí, eso es increíble. Mozambique, hoy por hoy es uno de los países modelos del BM. Y esto tiene que ver con lo que hablamos antes de la dependencia de presupuestos. El 50% del presupuesto del Estado Mozambicano proviene de la ayuda internacional. No es el porcentaje de las ONG, que apenas será de un 2%. El grueso es de organismos de Naciones Unidas, el BM, el FMI. Y esos no le prestan dinero a cualquiera. Esos le dan a quien “se porta bien”. Al margen de que haya dirigentes mozambicanos, como hay muchos pensadores en el mundo convencidos que la respuesta a la pobreza y al hambre está en la economía de mercado.

- Tú viniste a echar una mano en la mejora de la realidad del día a día. ¿Mozambique te ha cambiado más a ti que tú a Mozambique?

Eso desde ya. Pero para ser sincero, también creo que todos los que elegimos estar acá lo hacemos por un principio solidario y porque este trabajo nos moviliza. Y por principios y por valores. Pero también venimos acá por una sensación egoísta. Nos gusta estar acá. Es el estilo de vida que elegimos. A mí me pasa eso. Sigo creyendo en mis principios en mis valores. Estoy acá para hacer algo por los demás. Pero también estoy acá por mí mismo. Hoy por hoy no se me hubiera ocurrido otra manera de vivir mi último año y medio.

- ¿Y qué elementos personales te ha cambiado el hecho de vivir aquí?

Estar acá me ha hecho valorar mucho cosas que antes quizá no les daba importancia. Por ejemplo, sí que me ha provocado mucho más desapego a lo material. Me ha hecho entender eso de vivir cada día, de no tener miedo de pensar en el futuro. Toda esa seguridad del modelo de vida que tenemos, de que uno tiene que pisar sobre seguro, tanto en lo económico como en lo profesional. Todo eso acá lo perdí. Será por ver qué rápido se puede apagar una vida que ahora vivo al día. Soy éste y quiero hacer esto.

- Para conocer África hay que mirarla largo rato. Hay mucho oculto.

Sí, es algo que a mí me apasiona y que tiene que ver con la propia cultura africana. Difícilmente a nosotros nos la muestren, pero después, poco a poco la vas descubriendo. Cómo se relaciona la gente entre ellos. Todo el tema de las creencias, de sus relaciones de poder, de su concepción de lo que es una familia y cosas que no las hablan y que ir descubriéndolas me ha parecido apasionante.

-Y además tenemos la fechizería.

Mirá, yo creo que el eje central de la cultura africana pasa por la fechizería y por el curandero. Es más fácil verlo cuando establás relación con personas de estratos sociales más bajos. Lo expresan más. Pero también me he encontrado con empresarios, con médicos hasta con personas con altos cargos en el poder, formados en Europa con master, etc, que, aunque no lo muestran, porque lo viven oculto, al final para ellos termina siendo tan importante como para cualquier vecino. Es algo que está muy arraigado en las personas.

Hay montones de cosas que a nosotros a primera vista nos resultan inentendibles. ¿Cómo puede ser eso? Al final tiene su causa o su explicación en todo lo que no vemos. Desde enfermedades hasta lo poco que se cuidan acá los bienes materiales o las relaciones entre las personas. Porque uno puede mandar a matar al otro a través del curandero. Eso fue una parte que no me gustó a mí de la cultura africana. Que el fetiche mete mucho miedo a las personas.

- Estás a punto de regresar. Te vuelves de África. Después de haber estado año y medio aquí, Con respecto a la realidad, ¿te regresas más optimista o más pesimista?

Yo creo que la esperanza no se puede perder nunca. Ya lo dijo el Che, la única lucha que se pierde es la que se abandona. Sigo convencido. Pero sí que soy más pesimista que cuando llegué. Y al final yo creo que el egoísmo, la indiferencia, la ambición, todo eso que nosotros podemos acusar a ciertas clases o gobiernos de occidente, acá también lo vas a encontrar. Porque creo que al final es innato de las personas. Sean africanas o norteamericanas. La vieja discusión de si por naturaleza el hombre es un ser egoísta o es un ser social. Yo, más bien soy pesimista. Pero lo que tengo claro es que hay montones de razones para seguir luchando. Aunque hoy por hoy si te dijera que veo un futuro esperanzador, te estaría mintiendo. Pero hay que vivir con la mayor coherencia posible con uno mismo. Al final, cada vez encuentro más gente con ganas de vivir de otra manera. Lo que pasa es que al final, todos estamos pillados, porque el sistema nos tiene agarrados. No podemos prescindir de un montón de cosas que generan esa desigualdad. Creo que, de a poquito tenemos que tratar de vivir más coherentemente y no tener miedo a desprendernos de un montón de cosas que son causa de aquello que tanto nos enoja pero que es parte de nuestra vida diaria. Es difícil, ¿no?

- ¿Contra quién jugáis el sábado?

Contra los de la aldea de Majate.

- Iré a ver el partido y de paso echaré unas fotos.

Dale, estupendo. Es increíble lo que une el fútbol. Creo que es verdaderamente el idioma universal. Poné un árabe, un chino, un blanco, un negro con una pelota y por más que no se hablen, cada uno va a saber qué rol ocupa, y se entenderán sin problema. Es maravilloso. Veintidós tipos grandes corriendo detrás de una pelota como niños.

- El futuro son los niños

Si, y nadie les puede robar la sonrisa